En esta cuarta jornada de la Berlinale hemos experimentado desde el encontronazo, como un puñetazo, del cine auténtico, el cine como arte supremo, hasta la nausea de la estupidez integral disfrazada de arte de vanguardia, pasando entre medias por un título bastante interesante, que a mi modo de ver no aprovecha todas las posibilidades a su alcance. Han sido, respectivamente, ‘A woman, a gun and a noodle shop’, de Zhang Yimou, ‘Exit through the gift shop’, que no se sabe muy bien quién la ha dirigido, aunque en teoría es un documental de un tal Banksy, que de graffitero molón, super-cool, se ha reciclado ahora en cineasta, o algo así, y ‘Greenberg’, de Noah Baumbach
Esta mañana, antes del mediodía, por fin salió el sol, y las temperaturas comienzan a apaciguarse. Pero también amaneció en la sección oficial con una película magistral, que es un remake en toda regla de una película brillante aunque balbuciente, la primera que hicieron los hermanos Coen, llamada ‘Sangre fácil’, que en España no es muy conocida. Ayer comentaba que estábamos esperando a que apareciera una película excepcional. Pues bien, ya ha aparecido.
El maestro Zhang Yimou
Hace unos meses pudimos ver el trailer de la última película de este legendario director chino, y en honor a la verdad, era un trailer que descolocaba bastante. Parecía una comedia loca muy alejada de lo que hasta ahora habíamos visto de este cineasta. Pero, en lugar de dejarme llevar por prejuicios y juzgarla antes de verla (como hicieron, por cierto, en cierta web en la que también hablan de la Berlinale como si estuvieran aquí, cuando no lo están), esperé a ver el resultado. Y el resultado es, a falta de otra palabra mejor, apabullante. Nada más alejado que una comedia loca y absurda. Estamos ante cine de altísima altura estética y emocional, ante la obra excepcional de un director irrepetible.
Hacía casi cuatro años que no presentaba ninguna película al mundo. Concretamente desde aquella gozada visual de ‘La maldición de la flor dorada’. Tras su crucial aportación a los JJOO de Beijing, regresa ahora con una película que, como la trilogía wuxia de la pasada década, está situada en una época anterior a la dinastía Tang. Pero lo principal de esta decisión, es que Yimou, en su reelaboración del original coeniano, utiliza esta época histórica para convertir su película en un verdadero Western (no sólo americano, también, por supuesto, chino, pues el término es más amplio que el que le dan los anglosajones), tan físico como abstracto.
Después del lirismo desaforado de ‘Héroe’, del romanticismo tenebroso de ‘La casa de las dagas voladoras’, y de los ecos shakesperianos de ‘La maldición de la flor dorada’, Yimou se olvida de sus guerreros voladores (a los que ofrece un divertidísimo homenaje en el arranque, de la mano de un espadachín risible que fija muy bien el tono inicial de la película) y cuenta la historia de seis personajes a cada cual mejor dibujado. Seis caracteres muy diferentes entre sí, los cuales van a empreder un juego peligrosísimo de venganzas y luchas y ambiciones, que van a tejer una tela de araña de la que va a ser imposible, o casi, salir vivo.
La historia es muy parecida a la de los Coen: el dueño de un local, viejo y violento, quiere deshacerse de su mujer, porque sabe que se la pega con el camarero del local, y contrata a un matón para que haga el trabajo. Lo que en manos de los Coen fue una aventura oscura y casi sin humor (al contrario de lo que un periodista aseguraba en la rueda de prensa…se notaba que no había visto la primera película, o que la tenía muy poco reciente), en manos de Yimou se convierte en un filme de una nitidez, un ingenio y una perfección técnica deslumbrantes. El esquema es el mismo, pero las variaciones que Yimou va orquestando en cada movimiento, enriquecen muchísimo la película norteamericana, le dan la vuelta, destruyen su esencia y crean una nueva, completamente original y llena de fuerza.
De modo que no estamos, como muchos auguraban, ante un Yimou menor, o ante el prematuro ocaso de un artista de talla mundial, si no ante un cineasta en plenitud de facultades, capaz de mezclar un humor salvaje (las carcajadas en la sala eran inenarrables) con una elegante violencia (elegante por ausencia de morbo fácil, no por hacerla bonita), sin desfallecer el ritmo, lo que es indicio de una puesta en escena de altísima exigencia. Pero es en el dominio de los tiempos, en la forma en que este creador colosal estira y modula y maneja el ritmo interno y externo, lo que más asombra en esta película. No hay (al contrario que en el trailer) absolutamente nada de música en todo el metraje. Pero da lo mismo, porque la narración de Yimou, su dinámica, es tan musical que no se hecha de menos la música. Es música en sí misma, cine superior.
Tuve ocasión de preguntarle precisamente por eso, por la ausencia de música (y he de reconocer, con humildad, que sentí veneración de tenerle cerca, o por lo menos la emoción profunda que a los hombres corrientes o minúsculos como yo nos provoca poder hablar con hombres grandes y excepcionales como él), y me contestó que pocas veces había visto una película de aventuras sin música, y que sólo eso era ya un reto. Exacto, porque estamos ante un hombre que ha ennoblecido el cine con su mirada, y lo ha llevado más allá de sus límites imponiéndose nuevos retos en cada película. He de decir que la sala de prensa se encontraba a la mitad de su capacidad, lo que resulta patético, al contrario que en la rueda de prensa de ‘Greenberg’, película muy inferior a esta, pero que cuenta con la estrella Ben Stiller, y cuya conferencia de prensa estaba a rebosar.
Es decir, por mucho que esto sea un festival de cine, de cine de autor, pequeño, minoritario, o por lo menos de difícil distribución, los periodistas suelen ir (yo voy a todas) a las ruedas de prensa de las estrellas y las películas norteamericanas de renombre. Muy triste. Dice mucho del estado de las cosas, de la altura profesional de muchos acreditados. Yimou es, fácilmente, uno de los tres o cuatro directores vivos más importantes del mundo, y es un privilegio haberle tenido aquí. Dudo, aunque nunca se sabe, que se lleve el Oso de Oro, premio que se llevó con su debut en 1988 (la inolvidable, brutal, bestial ‘Sorgo Rojo’) además del Oso de plata Gran Premio del jurado que se llevó con una de sus más grandes obras maestras: ‘El camino a casa’, posiblemente la más hermosa historia de amor que ha visto este cronista en su vida.
Si ‘A woman, a gun and a noodle shop’ (o lo que es lo mismo ‘San qiang pai an jing qi’) fuera su primera película, no hay duda de que se llevaría el Oso de calle, pero nos tiene demasiado acostumbrados a su talento, y en realidad basta con haberle tenido aquí. Aunque si gana, sería completamente justo.
‘Greenberg’, interesante comedia negra
Después de la rueda de prensa de Yimou, una más que empieza tarde (aunque ésta no demasiado), pudimos ver, también en el Palast, la comedia negra de Noah Baumbach ‘Greenberg’, protagonizada por Ben Stiller, y con la presencia maravillosa (aunque desgraciadamente muy corta) de Jennifer Jason-Leigh, y de otros como Rhys Ifans, o Juno Temple, todos ellos bastante bien. Es una película interesante, aunque de vuelo corto, por desgracia. Tiene todo el sabor de esas películas indie californianas que durante los años ochenta y noventa nos dejaron alguna que otra joyita, pero le faltan un par de peldaños para ser algo más consistente.
Roger Greenberg (por supuesto, Ben Stiller), es un hombre sin rumbo, un perdedor profesional, un tipo casi sin ningún amigo, que ha sufrido un colapso nervioso y se ha tomado algunos meses de respiro para reordenar su vida. Se va a vivir a casa de su hermano y se propone no hacer absolutamente nada (salvo mandar cartas de quejas a varias compañías…) en la medida de lo posible. Pero conoce a la canguro de sus sobrinos, una chica muy guapa aunque algo extraña, e inicia una relación aún más extraña con ella, que les llevará por derroteros inesperados. Pienso que a la historia le faltan unas cuantas vueltas, algunos giros. Baumbach se preocupa mucho de un naturalismo muy de agradecer, pero acaba pagándolo con cierta falta de vida en su historia.
Stiller hace muy bien de pringado. Siempre he pensado que es un buen actor, algo más que el payaso divertidísimo de siempre, y aquí lo demuestra. No es un papel fácil, como no es una película fácil ni comercial. Hay presentes un cierto existencialismo y un sentido del humor muy negros que, sin embargo, también están contenidos. Baumbach es un director con algo dentro, pero aún tiene que averiguar realmente quién es. La rueda de prensa, repito, a rebosar. Eso sí, fue muy divertida. Más de veinte minutos de retraso, que no se me olvide mencionarlo.
‘Exit through the gift shop’, un penoso documental de nulo interés
La última película de la sección oficial que se anuncia todos los años en la Berlinale, suele ser (digo, suele) algo importante, de un director de renombre, o una apuesta del festival. Este año ha sido una proposición extraña para la sección oficial, que hace un grupo muy parejo con el resto de las películas fuera de concurso, porque es, posiblemente, el peor documental que he visto en mucho tiempo. Se formaron unas colas terribles en la entrada del Cinemaxx7 (algo absurdo, porque abren la puerta media hora antes, a lo que se sumó un incomprensible, y no aclarado, retraso en la proyección), ya que al parecer todo lo que venga con el nombre de Banksy (que yo hasta que no llegado a Berlín no había oído jamás) provoca tumulto.
Banksy es un graffitero famoso, que lleva muchos años provocando al personal en Londres y alrededores con sus imaginativa pintadas. Nadie sabe quién es, ni cuál su verdadero nombre, ni su rostro. Es decir, y para entendernos de una vez, que es lo más cool, entre lo más cool, de lo más cool. Decían que este era un documental sobre su trabajo, pero no es cierto. Decían que es un documental dirigido por él, pero no hay créditos, así que no se sabe quién lo ha dirigido. Pero lo que menos se sabe, es cómo han podido programar esta basura en la sección oficial.
El género documental, como el gran género que es (quizá el más importante, aunque algunos no quieran percatarse de ello), permite una gran libertad a la hora de exponer acontecimientos, tanto formal, como estructuralmente. Eso no significa que el guión se utilice para limpiarse el culo, que es lo que han hecho los responsables, sean quienes sean, de este engendro. Además, no va sobre Banksy, ni por asomo, si no sobre un tipo, un tarado con ansias de fama graffitera, que va a todos lados con su cámara y al que se le acaban sumiendo los humos después de conocer a Banksy, y se hace graffitero él mismo, llegando a forrarse en una exposición.
El graffiti, por lo general, no es más que diseño creativo, en el mejor de los casos. Nunca arte. Y mucho menos los rallajos y las firmas de muchos individuos que no tienen nada mejor que hacer, y que luego lo llaman arte, pero no tienen ni la más remota idea de lo que significa escribir un relato o una novela, hacer una película. Esas cosas de nada. Van de pandilleros anti-sistema, y no son más que vándalos que no respetan el bien común. Algunas veces hacen cosas muy interesantes, pero es una entre mil. Y como disciplina artística, la técnica de los estarcidos es lo mejor que saben hacer muchos de ellos, y a menudo mal.
Pero así anda el mundo del arte. Algunos se forran haciendo, literalmente, basura hortera que luego muchos compran, arte de la calle, o arte pop, que los coleccionistas adquieren por enormes cantidades de dinero, en subastas que han convertido el arte en una parodia, en mercancía de lujo. Otros escriben pacientemente poemas que nadie lee, hacen películas que nadie ve (‘Submarino’, por ejemplo), pero ahí quedan. Esta peliculilla, rodada en vídeo casero cutre, con un montaje demencial, no debería estar en Berlín. Debería estar en alguna sala de esas para gente muy cool. Hubo aplausos, eso es cierto. Por suerte no hubo conferencia de prensa (ni falta que hacía), ya que Banksy no se dignó presentarse, y así nos ahorramos unas colas tremendas y una sala de conferencias abarrotada para hablar con un tipo que no es cineasta.
Mañana tenemos la primera película alemana, la primera japonesa, y la primera noruega.
Berlín, 14 de Febrero de 2010
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