Es una conclusión lógica a la que he llegado. El espacio se llama No es programa para viejos, me resultó imposible soportar el programa, así que a mis treinta y dos años ya soy oficialmente una carca. Tengo que reconocer que no pude ver el programa entero, me ponía nerviosa, y en realidad no sé si el asunto mejoró al final, así que me voy a limitar a decir por qué desistí en mi empeño.
Para empezar se han montado un show que recuerda a Moros y Cristianos y nunca he sido amante de estos programas de discusiones (imposible llamar debate a una cosa así). El plató es una enorme discoteca y los cámaras van de un lado a otro corriendo para captar los testimonios. De forma muy inteligente abordaron en el primer programa el tema del sexo, un gancho perfecto, y en los bandos enfrentados estaban los que propugnan la castidad prematrimonial contra, principalmente, Tamara, la ex de Paquirrín, que no calló en ningún momento. Patricia Gaztañaga estaba, eso sí, como pez en el agua, e introducía los temas con estadísticas, un recurso facilón pero que está a la orden del día y que reviste de seriedad cualquier asunto.
Le auguro éxito al programa. Que a mí no me gustase lo que vi significa más bien poco porque el título del programa (y vaya título, por cierto), es excluyente a las primeras de cambio. No es programa para viejos hará las delicias de todos aquellos que disfrutéis con las experiencias de los demás aderezadas con gritos, abucheos y opiniones poco fundamentadas. Que os aproveche pero a mí no me pillan otra vez.
En ¡Vaya Tele! | Adiós a El diario de Patricia