No veo otra manera: El Internado es tan inverosímil que sólo se puede disfrutar del mismo modo en que películas como ‘The Stuff‘: desde la más absoluta desconexión intelectual, desde el convencimiento de que lo que ves no es ninguna maravilla, pero de que en su ridículo está su triunfo. Se puede hacer, para qué nos vamos a engañar, aunque con según qué giros de guión cada vez cuesta más seguir la serie: da la impresión de que los guionistas se toman tan en serio su trabajo que se han creído que de verdad hay misterio e intriga en sus continuo “salto del tiburón”.
A pesar del esfuerzo que hayan puesto en que al término de su cuarta temporada se fueran revelando misterios, cuánto más visibles son las cosas que sustentan el suspense, menos gracia tiene todo. Así que ahora que ya sabemos que los nazis andan detrás de todo, ni siquiera ese momento de despliegue de la bandera de la cruz gamada (tan sobreactuado, sobredirigido y tan pasado de rosca) sirve para darle verdadero interés.
Siendo sinceros, sería preferible que la serie se alargase tanto que su propio éxito la hiciese aún más disfrutable. Que apareciesen marcianos o logias de nombres chungos (bueno, vale, estoy ya lo hay) y que, como en la segunda temporada de Twin Peaks, nada se cerrase porque no hubiese manera de poner un final lógico. Eso sería lo consecuente con una serie que funciona de maravilla en audiencia y que es divertidísima si no te la tomas en serio.
Porque, sinceramente, empezar a atar los cabos sueltos va a convertirla en un aburrimiento. Lo divertido era esa huida hacia delante de los guionistas, ese continuo ir y venir de personajes que siempre tenían relación entre sí (el mundo de El internado sí que es un pañuelo), esos misterios sacados de la lista de tópicos de bestsellers internacionales: cuadros robados, joyas misteriosas que valen una pasta y que matan a quienes las poseen, pintadas escondidas, adolescentes que hackean todo lo que pillan (¡y usan Windows!), hombres deformes, pasadizos secretos en todas las habitaciones y unas relaciones sentimentales más propias de las casa de Tócame Roque que de un internado para niños bien…
Todo eso, incluidos esos personajes estereotipados con los que no puedes parar de reír, empieza a derrumbarse ahora que todo ha de tener un sentido. ¡No, hombre, no, que siga la fiesta, que no pare el festival del humor!
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