Todavía con la vorágine de la genial 'Toy Story 3', y tras la decepción (anunciada) que ha supuesto la cuarta parte de las aventuras del ogro verde, revisioné la primera de ellas, después de muchos años desde el último visionado, esperando encontrar lo que tenía de genuino y que ha ido perdiendo poco a poco en sucesivas entregas (todo lo contrario de ‘Toy Story’, que se ha mantenido increíblemente en forma en sus dos secuelas), y me ha sorprendido encontrarme con un filme mucho mejor, incluso, de lo que recordaba.
Un vendaval de cine libre y vitalista, de alegría, de melancolía y de verdad. Cuando 'Shrek' se estrenó en Cannes muchos dudaban de que una película de esas características tuviera la categoría para estar allí. Pero después de ver su pase, los elogios sustituyeron al escepticismo y muchos se preguntaron entonces si Cannes tenía la categoría para exhibir cine de este calibre.
Porque la inyección de ingenio y elegancia de esta película (que fue la primera ganadora del Oscar al mejor filme de animación) hacía acreedores a los de Dreamworks del puesto de rivales directos de Pixar (que les duró poco, porque Pixar es mucho Pixar…). Nueve años después, con el avance de la técnica, sus imágenes generadas por ordenador pueden parecer incluso algo toscas, pero en su misma sustancia late una emoción y un espíritu subversivo muy difíciles de describir, que hacen flotar literalmente las imágenes y que rompen en pedazos cualquier concepción previa de un filme de aventuras y de un cuento de hadas, los dos territorios que ‘Shrek’ rotura con inmensa felicidad de existir y divertir al público. La segunda era bastante buena, la tercera era floja, la cuarta no le ha gustado a casi nadie, pero ahí quedó la primera, como cine intemporal, indestructible.
Adaptación del cuento infantil de William Steig (cuento que reconozco no haber leído, muy a mi pesar), llevada a cabo por Ted Elliot y Terry Rossio (cuyos impresionantes créditos como guionistas incluyen ‘Aladino’, ‘La ruta hacia El Dorado’, ‘La máscara del zorro’ o la trilogía de ‘Piratas del caribe’), y por Joe Stillman y Roger S. H. Schulman, ‘Shrek’ propone nada menos que una reescritura en clave canalla de los mitos y las ideas recurrentes de los cuentos de hadas y de la recalcitrante ñoñería del estilo Disney. Sería interesante, aunque larguísimo, ponerse a enumerar los cientos de detalles que se burlan, al mismo tiempo que homenajean, un cine supuestamente infantil que ya ha quedado aguado y pervertido hasta extremos inconcebibles, y cuyos iconos (Pinocho, Los Tres Cerditos, El lobo y caperucita, y probablemente todos los demás…) sufren aquí una suerte de renacimiento estético. Un cuento canalla que bebe de las esencias del cuento centroeuropeo clásico para revitalizarlo. Ahí es nada.
La ciénaga es mi hogar
Tomando como protagonista al ogro (figura esencial de la mitología de los cuentos de hadas, generalmente devoradores de niños) Shrek, probablemente el antihéroe más chabacano, malhumorado, estresado y directamente borde en muchos años de cine, la historia comienza de manera insuperable e inexplicablemente sube y sube hasta su mismo final. Que el pantano de Shrek se vea invadido por numerosas criaturas fantásticas, a instancias del relamido y prepotente Lord Farquaad, es el disparador de la historia, pues Shrek acude al castillo a pedir explicaciones del mismo modo que cualquiera de nosotros se quejaría al gobernador del lugar a quejarse y a exigir daños y perjuicios. En todo momento, Shrek se muestra prosaico y pragmático, un ogro solitario que lo único que quiere es que le dejen tranquilo en el barro. Y si para ello hace falta ir a rescatar a una princesa en lo alto de un castillo rodeado de lava, y con un guardián en forma de dragona furiosa (y de corazón roto), pues se va, faltaría menos. Su objetivo es que le dejen en paz.
Así, poco a poco, se va perfilando la idea de que quizá los ogros son seres solitarios que utilizan el miedo y las leyendas sobre su supuesta crueldad para mantener alejados a los demás, hartos de que les juzguen. Shrek, por muy fiero y por muy mala uva que tenga, es una personalidad insegura, tranquila pero melancólica, al que se adivina dolido y amargado para con el mundo exterior, del que quiere permanecer aislado a toda costa. Y precisamente los malentendidos y las historias sobre los ogros le benefician para que dejen de considerarle feo, sucio y malo. Este es el verdadero núcleo de la historia: la narración de la dignidad de una criatura enfrentada con el mundo, y que a su pesar encontrará la amistad (en forma de Burro) e incluso el amor y la comprensión (en forma de princesa marimacho, impredecible y divertidísima).
Si Shrek es el corazón de la película, Asno (al que pone la voz Eddie Murphy en su versión original y José Mota en la española) es su alma. Este personaje representa un verdadero triunfo de comedia desatada, de verborrea incontenible, un torrente de expresividad que es, a su modo, la otra cara de la moneda respecto al ogro verde. Por supuesto, Shrek le rechazará repetidas veces, pero ante la extrema lealtad y los esfuerzos de Asno para mejorar su vida, Shrek se rinde a la evidencia: hay gente por ahí que merece la pena. Y la princesa Fiona es mucho más que una princesa de cuento dada la vuelta. Su carácter rebelde y su valentía son sólo dos de los rasgos en un viaje que es, sin que lo sepa Shrek, el mismo de él. Y si en ‘La bella y la Bestia’, Bestia volvía a ser príncipe por un encantamiento, aquí ambos terminan siendo una pareja de ogros.
Hay cosas muy hermosas en esta película, además de una puesta en escena muy sencilla y muy elaborada, basada en encuadres de gran sencillez y profundidad emocional. Que en la víspera de la boda, Fiona se vuelva hacia la armadura, y tenga lugar una transición, un encadenado, hacia la figura solitaria de Shrek, es muy hermoso. Como hermoso es lo cerca y lo lejos que se sienten a la vez, expresado con otro encadenado en la que ambos se sientan en mesas diferentes, enfrentados el uno al otro. Los creadores de esta película demuestran una gran capacidad también para la aventura, con montajes muy precisos y un ritmo perfecto en la secuencia del rescate, o en la pelea contra los danzarines del bosque. No es, bajo ningún concepto, cine convencional y mediocre, sino cine de altísimo vuelo estético, y a la vez divertido, cáustico, de gran poder subversivo. En definitiva, cine con mayúsculas.