Cuanto más años cumplimos, más se hace clara una certeza: nos han enseñado a ser adultos aburridos. Casa, trabajo, coche, un ratito para tu hobby y vuelta a empezar. Y como fruto de este aburrimiento tendemos a caer en la nostalgia más absurda: lo que existía cuando yo era un niño sí que era bueno. ¡No se han vuelto a hacer películas como las de antes! ¡La televisión ya no es tan buena! ¡Los dibujos animados de antes sí que eran buenos! Son absolutas obviedades para nosotros... ¿O quizá, simplemente, son nuestros prejuicios?
Tostadas y dibujos
Hace unos años, mi día a día mañanero consistía en levantarme, desayunar mientras leía un par de newsletters de noticias, quizá un morning show para desperezarme con música que no he elegido yo. Pero la pandemia lo cambió todo, como tantas cosas. Conocer lo que estaba pasando en el mundo ya no era prioridad si quería mantener una salud mental, así que giré hacia el único bote salvavidas que quedaba para recuperar los buenos días: los dibujos animados.
Y de repente, mi vida empezó a verse un poquito más alegre. En lugar de empezar con noticias de guerras, pandemias, muertes y catástrofes empezaba con un gato parlante de Elmore y su hermanastro pez, tres osos con no demasiadas buenas intenciones, Pipimi y Popuko haciendo sus cosas o antiguos cortos del Coyote y el Correcaminos. La diversión sin complejos marida increíblemente bien con las legañas.
Obviamente estoy hablando de adultos sin hijos, claro, que ahí la vida cambia. Hecho el disclaimer, puedes pensar que ya eres un adulto hecho y derecho, tú ya tienes preocupaciones serias de verdad, tú quieres empezar el día comprobando el mail, leyendo el periódico online o escuchando un podcast. No tienes tiempo para dibujitos. Ni episodios de diez minutos, ni nada. Pero, aunque sea un ratito por la mañana mientras comemos tostadas o galletas y le damos los primeros sorbos al café, y siempre que nuestras obligaciones familiares nos lo permitan, entrar en contacto con nuestro niño (y no tan niño) interior te da una increíble paz mental. Prometido.
¡Que no me pillen viendo dibujitos!
Hay un sector de la población empeñado en creer que hacerse mayor significa ser alguien serio y respetable, sin hacer tonterías. Pero, francamente, significa hacer lo que te da la real gana. ¿Quién te va a juzgar en tu casa por desayunar un croissant viendo 'Steven Universe'? Empezar el día saludando al adulto divertido que llevas dentro no tiene nada de malo.
El valor de una buena carcajada o una aventura antes de tener que aguantar el metro, el tráfico o los clientes exigiendo resultados es algo que se tiene menos en cuenta de lo que se debería. Y los dibujos animados nos dan algo que las series de imagen real no pueden: el juego con la imposibilidad, el absurdo más imposible, las composiciones visuales extremas a medio camino entre lo onírico y lo real. 'El asombroso mundo de Gumball', por ejemplo, te ofrece la experiencia que ninguna sitcom puede, exprimiendo el formato y analizándolo hasta las últimas consecuencias, como una lección de cultura pop enjaulada en doce minutos de absoluto descontrol semiabstracto.
Ya llegará la hora de ese mail que no quieres responder, esas noticias del fin del mundo, esas obligaciones adultas. Pero negarse a empezar el día con una sonrisa es una decisión que se puede cambiar. De momento, lo más importante es vencer a ese villano del Grand Line, montar una montaña rusa mientras improvisas un musical o averiguar qué se esconde detrás de esa puerta misteriosa del tío Stan. Hace mucho tiempo ya que los dibujos animados han superado en narrativa, calidad e influencia a los que tú veías cuando eras chaval. Negarlo es fomentar la ceguera audiovisual.
¿Por dónde empiezo?
Enfrentarse de pronto a un medio tan poblado como la animación de repente puede ser abrumador, y más si por influencia de tus hijos te conoces de cabo a rabo 'La patrulla canina' y el resto de productos con los que muchos creen que pueden encapsular series que no se lo merecen como 'Gravity falls', 'Hilda', 'She-ra', 'Kid Cosmic', 'Primal' o 'La casa búho'. Incluso si te sientes aventurero puedes dar el salto definitivo hacia el anime con 'Chainsaw man', 'Pop team epic' o 'Spy x Family'. Desde luego, por variedad que no sea.
Personalmente, en los últimos meses me he reembarcado en la pieza de cultura pop definitiva: 'One piece'. Saber que todas las mañanas continuará la aventura entre café, zumo de naranja y un par de piezas de fruta, sin saber cuándo o cómo acabará, me parece absolutamente fabuloso. Poner la cabeza en orden siguiendo el viaje de Luffy (durante, al menos, los próximos cinco años) es tan terapéutico como divertido.
Y escucha, es muy probable que estés leyendo esto pensando en "la infantilización de la sociedad" o zarandajas de esas que nos hacen creer para justificar que seamos adultos tristes. Olvídate del "género de la animación" y disfruta del montón de géneros que se han creado bajo un mismo medio. Hay una serie perfecta para ti. Solo hace falta que la encuentres (si te atreves).
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