Retomando el especial Disney allá donde se quedó en junio del año pasado, en éste segundo arranque del recorrido por las producciones de "dibujitos" de la compañía del ratón Mickey que comenzáramos allá por noviembre de 2013 —que se dice pronto— recalamos hoy en el que siempre ha sido uno de mis filmes favoritos de la factoría de animación de la paupérrima década de los ochenta, una adaptación de los cuentos que Eve Titus escribiera a mediados del siglo pasado con un ratón antropomórfico de protagonista y el espíritu de Sir Arthur Conan Doyle y su famoso detective privado como máxima influencia.
Quizás no sea decir mucho que ésta sea de mis cintas predilectas de una década que si por algo se recuerda es por haber servido a la Disney —como ya vimos en su momento en los artículos anteriores de este especial— para perderse en la búsqueda denodada de una nueva identidad que atrayera a un público diferente al infantil; pero lo cierto es que, más allá de defectos técnicos —que los tiene— y de lo esquemático del tratamiento de la práctica totalidad de sus personajes, hay algo que convierte a las aventuras del ratón de Baker Street en una de esas cintas a las que siempre agrada volver; una cierta magia que Disney parecía haber perdido y que aquí relumbra por momentos.
Preludio de una recuperación
De ello, de esa paulatina recuperación de formas que eclosionará en todo su esplendor con 'La sirenita' ('The Little Mermaid', Ron Clements & John Musker, 1989) y que antes encontrará su último y muy irregular escollo en 'Oliver y su pandilla' ('Oliver & Company', George Scribner, 1988), son directos responsables dos nombres sin los que resulta imposible entender la historia reciente de la Disney y, por extensión, su devenir a lo largo de los casi ochenta años que el estudio lleva produciendo "sueños". Nos referimos, cómo no, a Ron Clements y John Musker.
El primero, que se había formado bajo la tutela de esa leyenda del estudio que fue Frank Thomas, llevaba prestando su talento a la compañía desde finales de los setenta, cuando intervino en 'Los rescatadores' ('The Rescuers', John Lounsbery, Wolfgang Reitherman y Art Stevens, 1977). El segundo se incorporaba a las filas de Disney poco después, y ambos se conocían durante el proceso de producción de 'Tod y Toby' (The Fox and the Hound', Ted Berman, Richard Rich y Art Stevens, 1981) dando lugar a una colaboración que continuaría de forma mucho más estrecha con la desigual 'Taron y el caldero mágico' ('The Black Cauldron', Ted Berman y Richard Rich, 1985).
Pero antes de convertirse en inesperado trampolín desde el que se terminaría cambiando el curso de la historia de la productora, 'Basil, el ratón superdetective' ('The Great Mouse Detective', Ron Clements, Burny Mattinson, David Michener y John Musker, 1986) estuvo un buen puñado de años en el cajón de los "futuros proyectos" de la compañía aun contando con el apoyo de Roy Miller y muy a pesar de la insistencia de Clements, ya que éste llevaba tiempo acariciando la posibilidad de poder concretar de forma animada un corto que había rodado en formato super 8 antes de entrar a formar parte de Disney.
De hecho, muchos de los storyboards de la cinta ya habían tomado forma definitiva en 1983 y no sería hasta un año después, con la entrada de Michael Eisner y Jeffrey Katzenberg —otros dos de esos nombres sin los que es imposible entender a los estudios— que se daría luz verde al proyecto. Una luz verde que, no obstante, no llegaría a cuajar en todo el posible potencial que atesoraban las muy diversas aventuras que Titus había escrito lustros antes.
'Basil, el ratón superdetective', leyenda a medias
Todo en Basil está a un 80%. Todo en ella es muy bueno, pero no es GRANDE. Por ejemplo, Ratigan intimida, pero no lo suficiente. La música es pasable y los personajes...no son lo suficientemente accesibles. La historia, es una buena historia, pero no es grande. No quiero ser irrespetuoso con la película, porque pienso que no podríamos estar hoy donde estamos sin ella. Esta película es parte de nuestro aprendizaje. Sin películas como esta, no tendríamos hoy 'La sirenita', 'La bella y la bestia' y 'Aladdin'
Creo que poco o nada se puede añadir a las elocuentes palabras de Katzenberg. Acaso el dato de que de los 24 millones de dólares iniciales de presupuesto con el que iba a contar la cinta, Eisner recortara algo más de la mitad y que, como consecuencia directa, la animación de la cinta se viera afectada sobremanera. Tanto, que por momentos resulta doloroso atender a algunos de los muy poco cuidados escenarios en los que se desarrolla la acción o a las estáticas figuras que se funden con él —y no hay mejor ejemplo de ello que la escena en la taberna de los muelles.
Ahora bien, todo el relumbre que se pierde en parte en esa dejadez de formas que vino derivada del recorte del presupuesto, queda paliada —también en parte— por el hecho de que es esta la primera producción Disney que contó con todas las ventajas de la tecnología digital aplicada a la animación, algo observable en dos secuencias que se alzan por méritos propios como lo mejor del metraje: todo lo que transcurre en la juguetería y el clímax final en la torre del Big Ben, con esas gigantescas ruedas de engranajes completamente generadas por ordenador.
Más allá de sus méritos y deméritos técnicos, y aún contando con el patinazo en el avance de la trama que la cinta da entre ambas secuencias, 'Basil...' es un filme de un ritmo casi envidiable que se pone al servicio de su personaje central, ese ratón sosias de Sherlock Holmes que todo puede resolverlo. Tanto es así, y tan abrumadora es la personalidad que los responsables del filme le confieren al protagonista, que el resto del "reparto" se queda en clichés incluyendo, lamentablemente, a ese villano llamado Ratigan al que puso voz en su versión original un delicioso Vincent Price.
Con una sola y muy simpática canción de turno que comienza también a recuperar la tradición rota de forma brusca con 'Taron...', una banda sonora espléndida firmada por un Henry Mancini en plena forma, no quisiera finalizar sin apuntar la inmensa influencia que durante todo el metraje se deja notar hacia ese grande del mundo del dibujo animado que es Don Bluth. Y es que por más que el artista hubiera abandonado Disney años atrás, que los diseños de los personajes le deben mucho al talento del animador y cineasta es algo que queda plenamente evidenciado, por ejemplo, por ese murciélago inepto ayudante de Ratigan que es Fidget.
Sea como fuere, y habiéndome resultado imposible averiguar si Bluth estuvo implicado de alguna manera en los primeros estadios de producción de la cinta, sirvan estas líneas como pequeño homenaje a la figura de un nombre cuyo granito de arena en el mundo de los dibujos animados resulta fundamental tanto como el de los dos cineastas que, gracias a una pequeña sirena, revolucionarán de tal forma la industria que no exageramos al decir que hubo un antes y un después tras la aparición de Ariel en la gran pantalla.
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