Desde que se estrenara allá por los sesenta 'Astro Boy', el primer anime tal y como lo conocemos hoy día, ha llovido mucho. Ha habido tiempo para que la animación oriental deje de ser un mercado en el que primaba una necesidad evidente: hacer productos más baratos que los de la animación estadounidense para competir contra ellos en cierta igualdad.
De ahí el uso de la animación de imagen fija como patrón básico desde los inicios de este tipo de creaciones, abaratando costes y falseando la sensación de movimiento con técnicas que desarrolló y perfeccionó Osamu Tezuka, una de las figuras más legendarias de la historia del Japón reciente.
Mucho ha ocurrido de aquí a esta parte, y en la actualidad queda patente la evolución del anime en cuanto a técnica y estética. Una vez superada la barrera económica, que aún se deja ver en producciones más modestas que simplifican la imagen en algunos episodios para poder animar con más detalle y mimo en otros, la marca principal de identidad del anime, una animación artificiosa pero resultona y más barata, parece diluirse.
Por si faltara más, ahora otro de los preceptos fundamentales del anime también se emborrona. Cuando Netfix decide lanzarse a realizar animes de producción propia para su emisión internacional -donde también hará sus pinitos Movistar Plus con la serie 'Virtual Hero', de ElRubius- marca un nuevo momento en el que el anime parece no tener que responder a cuestiones geográficas, sino estéticas.
En todo este embrollo, con 'Neo Yokio' o 'Castlevania' producidos por el gigante rojo con equipo estadounidense, la competencia en un mercado que da más dinero del que parece está en Prime Video y Crunchyroll, con licencias propias y compartidas entre las tres plataformas.
El momento en el que Netflix confirma una serie de producción propia suele desatar la histeria colectiva, para bien y para mal. Y cuando los acérrimos del anime escucharon que el legendario manga 'Devilman' sería adaptado una vez más por Masaki Yuaasa, las expectativas rozaron límites insospechados. El plato está servido y tiene una pinta espectacular.
Anime de gourmet
Para los aficionados a la animación, uno de los autores imprescindibles en la actualidad es el japonés Masaki Yuaasa. El director es relativamente conocido en el plano internacional, gracias a su presencia habitual en el circuito de festivales, donde ha destacado desde su primer largometraje, la llamativa 'Mind game'.
Su trayectoria es bastante dilatada, habiendo dirigido animes tan emblemáticos como 'The tatami galaxy', 'Kaiba' o 'Ping-pong: the animation', así como sus últimas dos producciones para la industria cinematográfica, ambas estrenadas en 2017: 'Night is short, walk on, girl' y 'Lu over the wall'.
Desde que empezó a desarrollar su obra, Yuaasa ha procurado a través de todos los medios posibles marcas una serie de características propias que ha imprimido a todas sus producciones. Y, como si de ensayos previos se hubieran tratado, de esbozos, 'Devilman: crybaby' parece haberle servido para explotar todas las potencialidades de sus capacidades de creación, aplicando todos y cada uno de los esbozos que ha trabajado de forma previa.
Sólo así se explica la locura de 'Devilman: Crybaby', una joya barroca del exceso que peca de imperfección por necesidad. Porque el tratamiento de la perversión de nuestro presente tiene en su mayor ejemplo la exagerada y colorida hipersexualización de los primeros capítulos de la serie.
Esta una muestra de lujuria descarnada y depravada frente a la falta de moral es uno de los sellos identitarios de la serie. El anime se convierte en un estudio de las pasiones humanas, un trabajo artístico donde la mirada ética deja de tener valor y solo es válida la contemplación estética.
Trascendencia con fondo techno
Estos aires trascendentales son una constante en la obra de Yuaasa, que aquí pasan al siguiente nivel por el calado de la propia historia que se cuenta. Los personajes y las tramas que se desarrollan son excusas inteligentemente dispuestas para la representación de una serie de valores.
Se tratan de forma tangencial la vida, el ser humano y su propia naturaleza. Que no nos engañe la espectacularidad técnica y deslumbrante de este anime, pues no es un cascarón vacío: se habla de pérdida de identidad, desintegración de la familia, racismo...
La construcción de personajes, lejos de ser maniquea, como al inicio parece, tiene un cuidadoso tratamiento que ayuda a la consecución de esa profundidad que nombrábamos. El estoicismo generalizado de la mayoría de personajes ante el contexto al que se enfrentan es otro de los recursos más utilizados en 'Devilman: Crybaby'. La dureza de los acontecimientos sólo es superable siguiendo adelante.
En ese sentido destacan los personajes más interesantes que da todo el anime, los raperos callejeros. Como si se tratara de trovadores, a través de su voz seca son los que dan pie a la representación del mundo y sus injusticias. La música se une a la representación posindustrial en la era de la hipertecnificación, y sumada a los cánticos sordos de estos raperos, se nos presenta un mundo desolado y desolador.
Tezuka superado
Otra de las virtudes de 'Devilman: Crybaby' es su espectacular animación. Y qué animación. Las características físicas y emocionales se potencian mediante un trazo nervioso, desdibujado, casi deforme, que aporta un dinamismo bestial a las formas, en constante movimiento. Las posibilidades expresivas de la animación se llevan al siguiente nivel gracias a la evolución técnica y a la depuración estética a la que Yuaasa la somete.
Se hablará de anime, pero poco o nada tiene que ver la producción contemporánea de este tipo con el nacimiento del anime a manos de Tezuka y 'Astroboy'. Mucho hemos cambiado de la animación de imagen fija a la fluidez loca de Yuaasa, heredera de la edad de oro de la animación estadounidense de la mano de Warner Bros durante los cincuenta, y garante de los avances técnicos de nuestro tiempo.
Esta elección estética, combinada con el aspecto musical, refuerza aún más la profundidad a la que aspira 'Devilman: Crybaby'. La banda sonora, contrapuesta, se convierte en un himno, una clave contextualizadora que se suma al aspecto animado y encuentra un plus en la referencialidad de la serie. Hay retazos del género Kaiju, cierto olor a 'Blade Runner' y, sobre todo, herencias evidentes como 'Akira' y, especialmente, 'Neon Genesis Evangelion'.
Todos los riesgos que el anime toma en lo estético aportan una visualidad deslumbrante. Este es el Yuaasa más cinematográfico, a pesar de realizar una serie, y es su obra de mayor potencia, incluso la mejor que ha hecho hasta la fecha. Además de uno de los imprescindibles de este 2018, 'Devilman: Crybaby' es la culminación estilística de un estilo depurado y que remueve desde sus cimientos los principios estéticos del anime.
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