El cine de animación realizado con la vetusta y prestigiosa técnica del stop-motion (animación de muñecos o marionetas fotograma a fotograma) ha alcanzado en nuestros días un cierto esplendor, sobre todo de la mano de la animación estadounidense, con la figura de Henry Selick como insignia. La stop-motion es una técnica muy difícil de dominar, bastante cara y en la que es muy difícil dejar una personalidad.
Uno de los pocos maestros de esta técnica a los que se le puede considerar maestros de la animación universal, es el japonés Kihachiro Kawamoto (Tokyo, 1925), que en su país es venerado como se merece y que en el mundo occidental sólo es conocido en un nivel minoritario, el que ofrecen los circuitos de cine de arte y ensayo. Personalmente pude conocer su trabajo en una expocisión reciente que tuvo lugar en Madrid, y quedé fascinado por su trabajo.
El cortometraje que he incluido más arriba es una clara muestra de su saber hacer, de su sensibilidad, sentido del humor, tensión dramática y fuerza expresiva. Es la historia de dos hermanos y del terrible descubrimiento que llevan a cabo una noche de caza. La armonía existente entre la música, la ambientación y el montaje es digna de admiración. Kawamoto es capaz de introducirnos en una historia mística con gran convicción y facilidad. De pronto, nos vemos sumergidos en una historia que destila un aroma arcaico y poético.
Discípulo del mítico Tadahito Mochinaga, Kawamoto estudió nada menos que en Checoslovaquia con el maestro Jirí Trnka, quizá el más célebre de todos los directores que han dejado su aportación a la técnica de la stop-motion, y referencia inexcusable para todos los que quieran llegar lejos con ella en el futuro. Con su ayuda, perfecciona su manera de entender la animación, y posee más conocimientos y más libertad para hacer las historias que realmente quiere hacer.
Sus relatos están basados, sobre todo, en viejas historias de teatro traidicional de su país. De todas las que he podido ver, mi preferida es 'House of Flame', que incluyo íntegra más abajo, y que con sus casi veinte minutos de duración es un cortometraje soberbio, de gran sensibilidad y emotividad. Con él, Kawamoto llega lo más lejos posible en su observación de los elementos del encuadre, haciendo verdaderas filigranas con la profundidad de campo, la iluminación artificial y el ritmo interno de sus personajes.
En la primera parte, en su apertura, ya aterrizamos en un mundo de nieblas y secretos, de gran aliento lírico. No esperen más y den al play:
¿Cómo este director puede lograr expresar tal variedad de emociones con unas marionetas de rostro imperturbable? Pero veamos la segunda parte:
Esto es una hemorragia de cine que puede hermanarse, sin ninguna duda, con los grandes cineastas japoneses, como Ozu o Mizoguchi. Una narrativa contemplativa pero tremendamente intensa. Auténtica delicatessen.
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