En los inicios de Telecinco, cuentan que Paolo Vasile entró en las oficinas con un montón de cintas que había comprado al por mayor en un mercado audiovisual. Eran de un concurso japonés rarísimo e incomprensible de gente metiéndose tollinas: el dudoso honor de hacer algo con ellas recayó en Juan Herrera y Miguel Angel Coll, que, sin saberlo, marcaron unas pautas que, treinta años después y a lo largo de tres iteraciones, siguen siendo, básicamente, las mismas. Humor absurdo, golpetazos en la cabeza y nombres como "zamburguesas" o "Cudeiro". Pero los tiempos han cambiado, y el humor de 'El castillo de Takeshi' también. ¿O quizá no tanto?
Humor de ningún color en particular
Realmente 'Humor amarillo' nunca fue un programa especialmente incorrecto, más allá de los -entonces inocentes- títulos de las secciones. El humor del que se hacía gala tanto en Telecinco como en Cuatro era muy, muy blanco, cayendo en el absurdo. No había nada allí que pudiera escandalizar. Curiosamente, en su paso a Amazon Prime Video se han suavizado todas las referencias culturales asiáticas pero, a cambio, el comentario ha dado un giro inesperado hacia la parodia de la situación político-social de España.
Poco imaginaban Takeshi Kitano y su séquito que el reboot de su programa de zurrarse el lomo se iba a convertir en España en una radiografía de quiénes somos. A lo largo de los ocho episodios tendremos desde personajes como el recién divorciado o el cuñado prime hasta la banda de los popus o la mismísima Isabel Díaz-Ayuso llevando a la residencia a uno de los presentadores. Si lo que estabas buscando era un humor blanco, este no es el sitio (por ejemplo, hay un momento en el que uno de los pijos grita "¡Jódete, Perro Sánchez!" al ganar). Hay grandes dosis de absurdo, sí, pero siempre entremezclado con un humor que tiene más que ver con 'La resistencia' que con el programa clásico.
Los comentarios aciertan de pleno, eso sí, al crear personajes que sobrevivan capítulo a capítulo: si en las anteriores versiones del programa el único que volvía una y otra vez era el Chino Cudeiro, siempre con una cara diferente, aquí se ha creado una personalidad para cada uno de los concursantes, con lo que es más fácil engancharse y reír solo con ver la cara de la Nutria o el clan de los Turbios. La repetición hace mucho para ayudar a crear familiaridad con lo que está ocurriendo en pantalla, y han sabido llevarlo a su punto justo para no cansar ni verle las costuras.
¡Al turrón!
Bien es cierto que Eva Soriano, Jorge Ponce y Dani Rovira cometen un error imperdonable que lastra los episodios: hablar demasiado de sí mismos y de su relación, convirtiéndose también en personajes del concurso. Es habitual que, mientras en pantalla están dándose coscorrones continuamente, los comentaristas estén hablando de sus cosas entre ellos y distrayendo de aquello en lo que nos gustaría centrarnos. El guion es bueno (por algo han tenido cinco guionistas trabajando en él), las improvisaciones son divertidas, pero los momentos de masajearse el ego sobran completamente.
A su lado están, por suerte, Costilla y Bravo, los dobladores originales, que siguen siendo tan divertidos ahora como lo eran en Cuatro aunque en este caso tengan solo un pequeño papel. Francamente, uno solo puede soñar con que en una hipotética segunda temporada les vuelvan a poner a cargo de todo al menos durante un capítulo de prueba. También pone voces Mister Jägger, un acierto a todas luces capaz de hacer del "¡Valiente mierda!" el "¡Al turrón!" de una nueva generación.
Mención aparte merece un trabajo de montaje que, si bien no siempre está centrado a los momentos más graciosos (la teletienda de Kitano, la telenovela), sí pilla totalmente el estilo extraño, jocoso y semi-amateur que este programa nunca debió dejar de lado. Y que, además, tiene oportunidad de lucirse en unas canciones de Venga Monjas que rompen el ritmo pero son siempre agradecidas. Una vez más, ojalá en una hipotética temporada 2 Xavi y Esteban tengan la oportunidad de hacer las cosas a su manera al menos durante un episodio. ¿Por qué no?
¡Valiente mierda!
Respecto al programa en sí, pues ya sabéis lo que hay: las pruebas clásicas con los nombres cambiados (excepto las clásicas Zamburguesas). Algunas de estas variantes resultan brillantes ("Leticia Bolera") y otras no tanto ("Los chaflanes"), pero es algo que, al final, no te queda otra que aceptar, por más que en tu fuero interior pienses en "El laberinto del Chinotauro" y "Los cañones de Nakasone" de forma irremediable. Eso sí, hay un problema que solo es culpa de nuestras expectativas: hasta el episodio 7, las pruebas se hacen un poquito... flojas.
Quizá sea cosa de mi memoria, pero recuerdo a los concursantes agarrados al puente mientras les tiraban pelotas, y haciendo auténticas barbaridades en "La tabla de planchar" que aquí quedan algo aguadas por la bajada de dificultad (y de dolor) en las mismas. Por suerte, en el episodio 7 la cosa cambia y llegan una suerte de versiones Premium muchísimo más divertidas y repletas de toñazos espectaculares, al mejor estilo clásico.
¿Merece la pena entonces pasarse a 'El castillo de Takeshi'? Pues depende de tu tolerancia al humor moderno: que en el equipo estén Jorge Ponce, Eva Soriano, Dani Rovira, Mister Jägger y Venga Monjas es una declaración de intenciones que no engaña a nadie. Personalmente he echado mucho de menos el ambiente más amateur y los locutores desconocidos que no quieren co-protagonizar el formato, pero puede que otros lo disfruten más.
Es otra manera de entender el concurso adaptada al humor de 2023, pero con mucho bagaje de antaño que normalmente, sin punto medio, funciona de pleno (los gritos de guerra de cada concursante) o falla irremediablemente (cada vez que los locutores dan vueltas continuas sobre el mismo tema). Puede que solo pase al pie de página de la cultura pop en España, pero después de estos ocho episodios me vería otros ocho tan alegremente. Y puede que no haya mejor halago posible. ¡Al turrón!
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