“A veces es un personaje que quieres interpretar, o una historia que quieres contar. Otras, es simplemente pagar tus facturas”
El oficio de actor, pese a la fama que puede ocasionar en algunas excepciones, es muy ingrato. Por cada intérprete que llega a la fama, a la celebridad, al prestigio y a la inmortalidad cinéfila, miles se quedan en la cuneta del anonimato, en la de la mala suerte, o en la de la vocación frustrada. Cuando no en el más estrepitoso de los fracasos profesionales. Pero en el delgado interregno entre ambos grupos, también existen otros actores más que competentes, que de vez en cuando llevan a cabo trabajos formidables, los cuales no les garantizan mayor prestigio o notoriedad, quizá por falta de carisma mediático, por la carencia de un agente cinco estrellas o de simple buena suerte. Merece la pena reivindicar del olvido colectivo a algunos rostros magníficos, de cualquier cinematografía del mundo, que no son considerados (por cuestiones inexplicables) buenos actores a un nivel general, sino simplemente elecciones más o menos acertadas, que cumplen en eficacia y que no merecen mayores elogios. Quizá triunfar como actor sea, realmente, eso: cumplir con eficacia, divismos aparte.
Uno de esos nombres que siempre reivindico como una gran actriz es la norteamericana Daryl Hannah una guapísima actriz que, como tantas otras rubias (teñidas o no) han sufrido el mal llamado Síndrome Marilyn Monroe: el de la rubia y guapa a la que se considera mala actriz sin ningún fundamento. Durante los ochenta, cuando era una veinteañera esplendorosa, fue una de tantas actrices atractivas que gozaron de una popularidad efímera, a través de varios éxitos de público, aunque en su mayor parte fueran películas bastante olvidables. Pero, claro, durante los noventa, ya convertida en una treintañera muy interesante, su carrera decayó a toda velocidad, hasta convertirse en una secundaria esporádica, en una carrera sin ningún título destacable. Tuvo que llegar Quentin Tarantino, claro, para que, en su espléndida madurez de cuarenta y pocos años, Hannah se reivindicara a sí misma con el papel de su vida, muy alejado de lo que podría esperarse de ella. El mundo del cine, en todos sus ámbitos, está plagado de injusticias clamorosas.
Trayectoria gris, presencia luminosa
Llevemos a cabo un sencillo y divertido juego: a ver cuántos lectores de estas líneas pueden recordar los siguientes títulos, en el caso, improbable, de que hayan visto algunos de ellos. ‘Una pandilla de pillos’ (‘The Little Rascals’, Penelope Spheeris, 1994), ‘Los lazos que unen’ (‘The Tie That Binds’, Wesley Strick, 1995), ‘Discordias a la carta’ (‘Grumpier Old Men’, Howard Deutch, 1995), ‘Hi-Life’ (id, Roger Hedden, 1998), ‘Adicto a la velocidad’ (‘Speedway Junky’, Nickolas Perry, 1999), ‘Mi marciano favorito’ (‘My Favorite Martian’, Donald Petrie, 1999), ‘Enemigo de mi enemigo’ (‘Diplomatic Siege’, Gustavo Graef-Marino, 1999), ‘Cord’ (id, Sidney J. Furie, 2000), ‘Cowboy Up’ (id, Xavier Koller, 2001), ‘Jackpot’ (id, Michael Polish, 2001), ‘Dinero sucio’ (‘Run for the Money’, Predrag Antonijevic, 2002)...¿Ha habido suerte? Con una trayectoria tan gris, no es de extrañar que algunos dieran por sentado la falta de talento de Hannah, y que sus apariciones, magníficas, en ‘Una rubia auténtica’ (‘The Real Blonde’, Tom DiCillo, 1997), ‘Un paseo para recordar’ (‘A Walk to Remember’, Adam Shankman, 2002), ‘Conflicto de intereses’ (‘The Gingerbread Man’, Robert Altman, 1998) o ‘Memorias de un hombre invisible’ (‘Memoirs of an Invisible Man’, John Carpenter, 1992) no puedan cambiar esa apreciación.
Cuentan que de niña era tan tímida que le fue diagnosticado un principio de autismo, y que, al sufrir prolongados ciclos de insomnio, se aficionó al cine y comprendió que sólo sería feliz si se convertía en actriz. Nacida hace 50 años en Chicago, debutó con 18 de la mano de Brian De Palma en la obligatoria ‘La Furia’ (‘The Fury’, 1978) y cuatro años más tarde pudo interpretar uno de los papeles por los que siempre será recordada (aunque, en honor a la verdad, no se trata de un personaje con entidad): la bella replicante Pris, amante del protagonista y también replicante Roy Batty (Rutger Hauer). Esta aparición en ‘Blade Runner’ (id, Ridley Scott, 1982), y su antológica muerte, fue el preludio a una serie de papeles que intentaron llevarla al estrellato, como el de la sirena de ensueño en la muy floja, aunque icónica, ‘1, 2, 3… splash’ (‘Splash’, Ron Howard, 1984), un papel muy menor al que ella aportaba toda la belleza y luminosidad que emanan de su presencia en pantalla. Convertida en estrella, fue el principal reclamo de ‘El clan del oso cavernario’ (‘The Clan of the Cave Bear’, Michael Chapman, 1986) y compartió pantalla con Robert Redford y Debra Winger en la también flojita ‘Peligrosamente juntos’ (‘Legal Eagles’, Ivan Reitman, 1986).
Sus apariciones en ‘Wall Street’ (id, Oliver Stone, 1987) y ‘Magnolias de acero’ (‘Steel Magnolias’, Herbert Ross, 1989), pese a su esfuerzo evidente en pantalla, eran bastante más secundarias. Empezaba a intuirse que, pasado su momento de mayor esplendor físico, rozando ya la treintena, la suerte, los papeles o las películas más o menos interesantes o taquilleras, iban a empezar a escasear todavía más. En sus grises años noventa, sin embargo, a pesar de tanto título olvidable, aún pudo comerse con patatas a Antonio Banderas y Melanie Griffith en la anacrónica comedia ‘Two Much’ (id, Fernando Trueba, 1995), esperando con paciencia esos papeles importantes que parecían no llegar nunca, contentándose, como ella misma ha dicho muchas veces, con pagar las facturas trabajando en el oficio que más le gusta, comenzando su activismo político y ecológico, que ha provocado que la arresten unas cuantas veces. Incansable, anuncia cinco películas para 2011 (algunas se estrenarán en 2012). Esperemos que alguno de esos papeles esté a la altura de su talento.
Eso sí, para mí siempre será Elle Driver. Ella lo definió a la perfección: “¿Qué es más frío que el hielo?...Elle Driver’. Tarantino le dio el papel de su vida (¿regresará en la tercera película, convertida en una implacable vengadora de la humillación salvaje que sufrió a manos de Beatrix Kiddo?). Muchos no se podían creer que la a menudo angelical Hannah se transformara en una despiadada guerrera, armada con una katana. Ella demostró, por fin, lo gran actriz que es. Y se nota que se lo pasó en grande componiendo y dando vida a un personaje tan extremo. A su breve pero feroz aparición en ‘Kill Bill, Vol. 1’ (id, 2003), sumó la brutal e inolvidable de ‘Kill Bill, Vol. 2’ (id, 2004), en la que se enfrentaba, literal y metafóricamente, a la estrella de la función, una sensacional Uma Thurman. Para mí, mucho más inolvidable que su Pris o el resto de sus escasos buenos papeles. Hannah volando más libre y más bella que nunca.
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