El grandioso actor suizo Bruno Ganz, recién fallecido, pasa a la historia por ser uno de los más grandes intérpretes en lengua alemana de todos los tiempos. Especialmente recordados son papeles suyos como el extraordinario Hitler de 'El hundimiento', el Damiel de 'El cielo sobre Berlín' o, sin ir más lejor, el reciente Verge de 'La casa de Jack', que toma las riendas del film de Von Trier en sus compases finales. Uno de sus papeles, sin embargo, permanece habitualmente en las sombras, eclipsado por el carisma de sus compañeros de reparto: es el Jonathan Harker en 'Nosferatu, vampiro de la noche'.
Se trata de una de las películas más personales e inclasificables de Werner Herzog, un mérito especialmente notorio al tratarse de un remake de la que el propio Herzog consideraba la mejor película de la historia del cine alemán, el 'Nosferatu' de Murnau de 1922. En su versión de 1979, el monstruoso vampiro estaba interpretado por Klaus Kinski y Lucy, la eterna víctima del vampiro era Isabelle Adjani -como en la versión de Badham del mismo año, Lucy y Mina intercambian sus roles habituales-.
Kinski y Adjani gestaron una de las parejas más extremas de la historia del cine de vampiros, de un romanticismo enfermizo, y donde la muerte y el amor se daban la mano en un todo. Interpretaciones ensimismadas, maquillajes cadavéricos, Adjani en un eterno trance con una palidez de ultratumba, y Kinski exhibiendo un maquillaje y un comportamiento absolutamente en las antípodas del mencionado 'Drácula' de Badham. Y entre ambos, Bruno Ganz como tercero en discordia.
Jonathan Harker es un personaje esencial en el libro original de 'Drácula' de Bram Stoker: es quien introduce al lector en el oscuro mundo del vampiro, viajando hasta Transilvania para vender unas propiedades al Conde. Será, después de volver a Londres sobreviviendo por los pelos a las maquinaciones de Drácula y a sus peligrosas y seductoras novias, uno de los aventureros que, en compañía de Van Helsing, den caza y aniquilen al peligroso depredador.
Ganz sintoniza con las alucinadas interpretaciones de Kinski y Adjani: cuando contacta con Drácula parece hipnotizado por su presencia, y su horrible aspecto no le hace reaccionar como sería lógico, poniendo tierra por medio entre él y ese castillo que, según los gitanos de la zona ni siquiera tiene visos de ser real o estar habitado por algo que no sean espectros. Pero se queda con Drácula, aún sabiendo que su integridad física peligra.
Un Jonathan Harker diferente
Ahí es donde entra la pericia de Ganz para encontrar un término medio entre la normalidad que facilite la identificación del espectador, el horror ante el aspecto monstruoso de Drácula, pero también para empaparse en la atmósfera alucinada de la película de Herzog. En ese sentido, es inolvidable el momento en el que Drácula entra en su habitación y él le recibe petrificado, sin poder moverse. Hasta que reacciona, pero lo único que es capaz de hacer es agazaparse en el cabecero de la cama, a merced total del vampiro.
En la novela de Stoker, cuando Jonathan Harker descubre que Drácula ha partido para Londres, lo sigue a duras penas y es cuidado hasta que se recupera gracias a la intervención de Mina (el personaje que en la película de Herzog es Lucy) en un convento. Aquí consigue llegar a casa, pero a costa de su estabilidad física y mental: no reconoce a su mujer y prácticamente se convierte en un cadáver ambulante, que solo puede estar en casa, inmóvil, atendido como un enfermo.
Pero de nuevo la brillantez interpretativa de Ganz brilla en la composición de Harker, que refuerza el giro argumental que busca Herzog: se convierte en un vampiro como Drácula, pero no en un sirviente como Renfield, sino en un auténtico chupasangre. Su revelación final se ve reforzada por el humor que Ganz inyecta en su personaje, quizás el único tan directo de toda la película, cuando pide a una sirviente que retire unos restos de hostia consagrada que le impiden moverse. Con un grácil y cómico salto sale de su encierro y con fuerzas renovadas tras la muerte de Drácula, pide que sellen la habitación donde ha muerto su mujer y le ensillen un caballo.
Es él quien protagoniza el último plano de la película: en una abstracta planicie donde el viento genera remolinos de arena, quizás la playa que un tiempo antes sirvió de escenario para los paseos románticos de Harker y Lucy, el nuevo vampiro se aleja a caballo. Un final que rara vez vemos en las adaptaciones de 'Drácula', pero que en la versión de Herzog, después del aterrador plano final en el que el ex-humano enseña sus dientes afilados, se convierte en automáticamente icónica. Y la interpretación de Gantz, humana, humorística, pero afín a la hipnótica irrealidad que domina todo el film, tiene buena parte de la culpa.
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