Vivimos en una época donde la palabra "nepobaby" ha venido a sustituir al mucho más castizo "enchufe". No es algo que venga de ahora en la industria: desde siempre, nacer en una familia unida con el cine ha ayudado a miles de personas con mayor o menor talento a meterse dentro, desde Sofía Coppola hasta Gwyneth Paltrow. Y puede que no haya un mayor ejemplo que Bridget Fonda, la hija que estaba destinada a conquistar Hollywood.
Cómo conquistar Hollywood
Bridget Jane Fonda nació el 27 de enero de 1964 (vamos, acaba de cumplir 60 años) en el seno de una familia de actores made in Hollywood: es la hija de Peter Fonda, la sobrina de Jane Fonda y la nieta de Henry Fonda. Incluso su nombre viene de Bridget Hayward, la hija de la actriz Margaret Sullavan. Estaba todo predestinado desde el mismo momento de su nacimiento: Bridget Fonda iba a ser actriz.
Tanto es así, que a los cuatro años ya debutó en el set de su primera película, 'Easy rider', junto a su padre y Dennis Hopper. Obviamente no decía una palabra, era simplemente un bebé en la comuna hippie de sus protagonistas. Desde entonces, Fonda se lo trabajó: hizo obras de teatro en el colegio, estudió interpretación en Nueva York, convirtiéndose en una actriz del método y, pese a sus múltiples ofertas, no aceptó un papel hasta que no tuvo edad suficiente para entender lo que estaba haciendo.
Fue en 1982, a los 18, cuando hizo un pequeño cameo sin diálogo en 'Algo más que colegas'. Tardaría seis años más en empezar a encadenar papeles pequeños en 'Las prisas de Eddie', 'Escándalo' o 'La resurrección de Frankenstein', donde poco a poco fue subiendo en el escalafón de la industria. Era 1990 y Bridget Fonda ya había calentado: era el momento de empezar a correr.
Una oferta que no pudo rechazar
Puede que no fuera, ni lejanamente, una de las caras que pasan más tiempo en pantalla de 'El Padrino III', pero sin duda alguna pasó a la historia: Francis Ford Coppola confió en ella para insuflar nueva sangre a su polémica tercera parte, y fue suficiente para protagonizar películas míticas de la década como 'Mujer blanca soltera busca' o 'Solteros', de Cameron Crowe.
Su agenda empezó a ser una de las más cotizadas de Hollywood. De hecho, en muy poco tiempo trabajó con Sam Raimi ('El ejército de las tinieblas'), Bernardo Bertolucci ('Pequeño Buda'), Paul Schrader ('Touch') y hasta Quentin Tarantino ('Jackie Brown'). Además, salió en los carteles de películas como 'City Hall', 'Balto' o 'La asesina', el remake yanqui de 'Nikita'. Casi nada. No había una sola persona en el mundo que no la conociera.
Era tan famosa que en televisión querían darle, sí o sí, un papel estelar, y la propusieron como protagonista de 'Ally McBeal', pero acabó rechazándolo para centrarse exclusivamente en el cine. Al final, la serie acabaría llevando al estrellato a Calista Flockhart, como todos sabemos. A finales de los 90 protagonizó 'Graceland', la maravillosa 'Un plan sencillo' y el clásico del género de cocodrilos asesinos 'Mandíbulas'. Poco imaginaba que su carrera estaba a punto de terminar.
El beso del adiós
En febrero de 2003, Fonda estaba conduciendo su coche por una autopista lluviosa, perdió el control, se salió de la carretera y acabó descarrilando. Su coche quedó para el arrastre, pero ella sobrevivió. Eso sí, con una vértebra rota que le costó sanar. En aquel momento acababa de protagonizar 'El beso del dragón', junto a Jet Li, 'The whole shebang' (sobre un hombre que debe salvar su fábrica de fuegos artificiales pero acaba enamorándose) y la serie 'La reina de las nieves'. Al final, sería lo último que haría en Hollywood.
Y estaréis pensando que se retiró por culpa del accidente, pero no es así del todo: el mes siguiente se prometió con Danny Elfman, el ultra-conocido compositor de 'Eduardo Manostijeras' o 'Batman', y descubrió el placer de la vida tranquila y centrada en la familia. Se casaron, tuvieron un hijo en 2005, y Fonda descubrió algo que jamás había descubierto antes: el increíble placer del anonimato. Tanto es así, que en las pocas entrevistas que ha dado a posteriori, siempre ha destacado que no tiene ningún interés por volver y que le encanta ser una ciudadana normal.
De vez en cuando se la puede ver aquí y allí, en algún preestreno (el último, 'Malditos bastardos'), haciendo la compra en Los Angeles o yendo al aeropuerto a recoger a su hijo Oliver. Los tiempos de los focos, las cámaras y aparecer en carteles quedaron atrás, y ahora solo se preocupa de una cosa: su propia estabilidad. En unos años tan locos como los que estamos viviendo, en el fondo, ¿qué más se puede pedir?
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