Sé perfectamente que si no tuviera mi físico no trabajaría en el cine
-Megan Fox
De un tiempo a esta parte, todo aficionado al cine (no necesariamente cinéfilos, esa especie en extinción), o más bien al cine norteamericano (otro cine no ven, que no me engañen), sobre todo si su edad está comprendida entre los 13 y los 25 años (aunque la edad no es restrictiva), no deja de dar la brasa a base de bien con cierta muchacha oirunda de Rockwood, Tennessee, actriz, o algo así, de dos peliculuchas de Michael Bay que han hecho mucho dinero entre los adolescentes de medio mundo.
Con 23 añitos recién cumplidos, esta chiquilla pasa por ser una de las actrices más conocidas del planeta. Ha sido portada de infinidad de revistas, haciendo buen uso del extraordinario atractivo que Dios le ha dado, y es considerada, por muchos, como la actriz más sexy del planeta. Y, en fin, puede que lo sea. Nadie puede negar que es muy atractiva y muy pegadiza a la cámara. Sin embargo está claro que esta niña va a ser una efímera ‘reina por un día’.
La Fox (también tiene coña marinera el apellido, y más aún la habria tenido de apellidarse Foxy, ironías de la vida) saltó a la fama con la que seguramente es la mejor película dirigida por el inútil de Michael Bay, y esto probablemente porque se la produjo Steven Spielberg, de quien se nota, no me digan que no, un poco su mano y buen hacer. Antes, había hecho un poco de todo, e incluso había lucido tipazo en la divertida serie ‘Dos hombres y medio’, en la que, por si alguien lo dudaba, hacía de tía buena.
De hecho, en su papel, podrían haber puesto a una stripper cualquiera, o a una go-go, y no se hubiera notado la diferencia. Porque, seamos francos, esta chica no es actriz. Es muy improbable que nunca haga un papel interesante en su vida, porque es limitadísima. Espectacular, sí, eso nadie lo niega. Parece una estrella porno extraviada que, por suerte, ha terminado haciendo cine para todos los públicos. Y sexy también. Pero el término sexy no puede sólo aplicarse a morenazas de infarto. Creo que es algo más.
Porque por sexy también se entiende, digo yo, a la elegancia, la personalidad, la mirada. Fox tiene unos ojos alucinantes, pero no puede competir en eso, ni en todo lo demás, con una belleza que además era una actriz formidable, la californiana Gloria Grahame. Es como comparar ‘Salvar al soldado Ryan’ con ‘La delgada línea roja’. No hay comparación posible.
Gloria Grahame, fascinación
Las comparo porque tanto una como otra son iconos sexuales de su tiempo, pero hay iconos e iconos. Y no creo que Fox se merezca tanto bombo y tantas portadas, y es que parece que cada vez que habla sube el pan, cuando a saber dónde estará dentro de cinco años. Sin embargo, la Grahame ya es historia del cine desde su maravillosa aparición en una de las mejores películas de todos los tiempos: ‘¡Qué bello es vivir!’ (Capra, 1946).
Tenía 23 años entonces, como Fox ahora, cuando todos nos enamoramos de ella, en ese papel de una chica un poco perdida, pero con corazón de oro, que en la existencia paralela de George Bailey termina siendo una fulana cualquiera luchando por mantener su dignidad. Y podía competir con la Fox en atractivo, dentro de los cánones estéticos de hace 63 años. Aún recuerdo sus andares y cómo se le queda mirando George, y sus amigos. No era para menos.
Grahame tuvo una vida corta, 57 años, truncada por un fatídico cáncer de estómago que acabó con ella de manera fulminante. Ya había ganado el Oscar por su soberbio papel en la no menos soberbia ‘Cautivos del mal’ (Minnelli, 1952), como mejor actriz secundaria, premio que podría haberse llevado tranquilamente por sus aportaciones a ‘En un lugar solitario’ (Ray, 1950) o ‘Los sobornados’ (Lang, 1953), en las que no sólo aportaba su gran talento, sino una belleza, una elegancia y una verdad indescriptibles.
Pero claro, no todas las chicas hermosas tienen ese talento. Otros talentos no dudo que tengan.
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