Necrofagia, sangre, cortes gigantescos... el camino de Schwarzenegger para dar vida a Conan bajo las órdenes de John Milnius no fue, ni mucho menos, sencillo
Por mucho que pensemos en glamour, alfombras rojas y un trato que les tiene entre algodones constantemente, los actores y las actrices suelen pasar bastantes malos ratos en los sets de rodaje más extremos, y pocas mejores muestras vamos a encontrar que la experiencia de Arnold Schwarzenegger rodando la mítica 'Conan, el bárbaro' de John Milius, que se estrenó en un ya lejano 1982 y que continúa siendo uno de los grandes referentes de la espada y brujería.
Sangre y necrofagia
Según ha confesado el actor en su libro biográfico y de autoayuda 'Be Useful: Seven Tools for Life' —vía Insider—, el director le obligó a hacer "mierdas terribles" durante la traslación a la gran pantalla del cómic de Robert E. Howard. Por una parte, hubo cosas que entraban dentro de lo esperado para el personaje.
"Aprendí a montar caballos, camellos y elefantes. Aprendí a saltar desde grandes rocas, a trepar y balancearme desde cuerdas largas, a caer desde altura. Básicamente, fui a otra escuela vocacional, esta para aspirantes a héroes de acción".
Pero claro, la cosa no se quedó ahí. Poco a poco, el rodaje se convirtió en una suerte de tortura que igualó a nuestro "Chuache" con Ozzy Osbourne, cambiando el murciélago por un buitre.
"Además de eso, Milius me obligó a hacer todo tipo de mierdas terribles. Arrastrarme entre rocas, toma tras toma, hasta que mis antebrazos sangraban. Huí de perros salvajes que lograron cogerme y arrastrarme hacia un arbusto espinoso. Mordí a un buitre real y muerto que me hizo necesitar enjuagarme la boca con alcohol después de cada toma. (PETA lo tendría fácil con eso). En uno de los primeros días de rodaje, me hice un corte en la espalda que necesitó cuarenta puntos".
Pero no todo es necrofagia y horror en la carrera del bueno de Arnold. El austriaco guarda experiencias mucho más placenteras en su memoria, como las vividas en las dos primeras 'Terminator' de James Cameron; dos producciones muy exigentes pero de las que no se queja lo más mínimo.
"En 'The Terminator', se trataba de convertirme en una máquina: vendarme los ojos hasta que pudiera hacer cada acrobacia con mi arma con los ojos cerrados, y disparar tantas rondas en el campo de tiro que ya no parpadeaba cuando mi arma disparaba. En 'Terminator 2', practicaba tantas veces el giro de la recarga de la escopeta que mis nudillos sangraban por lo que equivalía a dos segundos de tiempo en pantalla. No me quejé".
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