Leonardo DiCaprio, talento sin personalidad

De entre las diversas estrellas (no muchas, pues hay pocas que puedan ostentar tal calificativo sin tambalearse a los pocos años) que surcan el firmamento siempre desvalido, hipócrita y resbaladizo del Hollywood actual, una de las más solicitadas, rimbombantes y, para muchos, prestigiosa, es la de un muchacho rubio, de ojos azules, nacido en esa misma ciudad hace 35 años, de madre alemana y padre italiano, que desde los cinco está trabajando en el duro negocio del audiovisual norteamericano, y que ha sabido labrarse reputación de profesional y de comprometido ecologista.

Es un intérprete carismático y talentoso, pero en opinión del que esto escribe, sin la personalidad de los grandes de su oficio, y sí con una ambición que está casi siempre mucho más desarrollada que su instinto, el cual deja en la cuneta, a menudo, para dar rienda suelta a eso que se conoce, en la jerga, como ‘sobreactuación’, cuando en realidad no es otra cosa que interpretar de manera evidente. Pero en el cine, un actor, precisamente, lo que no ha de hacer es interpretar. Y en eso es especialista este rompecorazones redomado.

Interpretar/Vivir

Cuentan que durante el rodaje de ‘It Should Happen to You’, el casi desconocido Jack Lemmon (uno de los más grandes intérpretes que ha dado el cine, sin ningún género de dudas), que comenzaba una carrera que sería legendaria, acabó harto del director, un tal George Cukor. Al parecer no hacían más que repetir la misma toma una y otra vez, y en cada una de ellas Cukor alababa el talento de Lemmon, curtido en mil series de televisión y unas cuantas representaciones teatrales, pero le pedía que interpretase un poco menos. Al final, Lemmon explotó y dijo: “señor Cukor, ¡voy a terminar por no interpretar en absoluto!”, a lo que el gran director de actores Cukor respondió: “empezamos a entendernos, muchacho”.

En el cine, el actor no debe interpretar a la manera en que lo hace en el teatro, si no todo lo contrario. La cámara es una registradora de la mentira del actor (esto es, de fingir, de “hacer como que”), hasta tal punto que el único remedio es vivir la secuencia de manera total, con sinceridad abrumadora. No sirven de nada las herramientas teatrales, por eso muchos célebres actores de teatro fracasaron en cine (otros muchos triunfaron porque comprendieron esta gran verdad). DiCaprio es un actor inteligente, dotado y autoexigente, pero no siempre se da cuenta de que está interpretando de manera obvia y muchas veces tosca.

Su primer papel destacado fue en ‘¿A quién ama Gilbert Grape?’, una de las películas mejor acabadas del a menudo empalagoso Lasse Hallström. Contaba por entonces con diecinueve años, aunque como siempre le ha sucedido, aparentaba bastantes menos. Fue la primera de sus tres candidaturas al Oscar. Su personaje era bastante más que el clásico retrasado de melodrama. Él supo dotarlo, a fuerza de instinto, de una humanidad y una hondura muy difíciles de imprimir en esta clase de caracteres. Una interpretación notable.

Sin embargo este niño bonito no supo elegir bien sucesivos papeles, inclusive la muy alabada, y epidérmica hasta la médula, ‘The Basketball Diaries’ (que aquí llamaron ‘Diario de un rebelde’), en el que muchos vieron a un actor de raza, pero que era el primer síntoma de un intérprete incapaz de vivir la secuencia. Eso sí, sus poses y su energía eran ilimitados. Estaba ansioso por demostrar lo buen actor que era, y siguió en ello con la penosa ‘Rápida y mortal’ o la absurda ‘Romeo + Julieta’, en las que era más una cara bonita que otra cosa.

Un actor de puro instinto

Pero tuvo la suerte de conocer a su gurú, Robert DeNiro, en la interesante ‘Marvin’s Room’, y de que allí se fijara en él Martin Scorsese. Sin embargo, considero que su mejor papel es el de ‘Titanic’, el menos fingido, el más natural, en el que fue más él mismo, sin serlo. Ahí estaba, en mi opinión, el DiCaprio más verdadero, que vivía la secuencia a tope, sin preocuparse de asombrar con tics aprendidos de actor. Lástima que no continuase en esa línea, y firmase para protagonizar la lamentable ‘El hombre de la máscara de hierro’, una de las peores películas de aventuras de los últimos tiempos, en la que hacía de divo divino, y se olvidaba de que es actor.

Pero ya se había convertido en una estrella planetaria, y con ‘La playa’ conoció un batacazo de esos que sólo pueden experimentar las estrellas. Eso sí, los paparazzi le siguieron allí donde iba, incluso a esa playa solitaria. No hay nada en esa memez de película que se salve de la quema, ni siquiera los esfuerzos habituales del siempre entregado DiCaprio. Sin embargo, llegó Scorsese, y todo cambió. Tanto es así que sólo protagonizó siete películas más en la primera década de este siglo. Cuatro de ellas de Scorsese. Y he de decir que por mucho que admire al director norteamericano, no entiendo su fijación por este actor.

En la primera de ellas, ‘Gangs of New York’, queda tan patente el abismo entre él y un verdadero gran actor como Daniel Day-Lewis
, que es escandoloso. Todo lo que en DiCaprio es fingimiento, trucos astutos de actor avezado, energía despilfarrada, en su oponente es verdad, turbia e inquietante verdad. No se entiende como un director de actores tan experto como Scorsese, que ayuda mucho a su joven actor a ser más de lo que es, cayó en el error de confrontar a un peso mosca con un peso pesado. Si DiCaprio hubiera echado mano a su instinto de actor, que es poderoso, la distancia hubiera sido menos sensible.

Actor scorsesiano

Aprendido el error, no tuvo rival evidente en ‘El aviador’, pero quedó también claro que DiCaprio no era el actor adecuado para interpretar una personalidad tan compleja como la de Howard Hughes. En su descargo habría que añadir que esta década no ha sido muy acertada para Scorsese, pues su desbordante personalidad se ha ido aguando cada vez más, hasta casi diluirse y volverse irreconocible, pero también buena culpa de ello tendrá el actor protagonista de sus películas. El mejor papel para Scorsese ha sido el de ‘The Departed’, pero tampoco es algo excepcional. Se nota demasiado que este actor intenta deslumbrar, que quiere ser un gran actor, ganar el Oscar, y se ahoga en su propio esfuerzo.

Pero hay algo peor: en muchos momentos de sus trabajos para Scorsese, y sobre todo en ‘The Departed’, parece que está imitando a Robert De Niro de manera irritante. No exagero, que el lector revise si quiere los momentos más intensos de esa película y verá una copia más joven del mítico actor tan prontamente agotado. Los gestos son los mismos, calcados. También son parecidos en la lamentable ‘Diamante de sangre’, la interesante ‘Red de mentiras’ o la autocomplaciente ‘Revolutionary Road’, en la que con Winslet le sucede lo mismo que con Day-Lewis: no hay color.

Además, convertido en su propio productor (algo positivo para tomar las riendas de su propia carrera, pero también una limitación), se sirve a sí mismo papeles como el del aventurero de ‘Diamante de sangre’, vehículo para su lucimiento personal disfrazado de cine comprometido, con los que espera, algún día, ganar el Oscar, búsqueda que ha truncado la carrera de no pocas estrellas de talento, obsesionadas con un calvo dorado que más que dar, quita prestigio. Ahora, esperamos su ‘Shutter Island’, de nuevo con Scorsese, y la nueva película de Nolan, ‘Inception’, que tiene pinta de uno de esos embolados que tanto gustan a ciertos espectadores ansiosos de que les pongan las neuronas patas arriba con intrigas retorcidas y rocambolescas. No creo que cambien mi percepción sobre él.

Pero nunca se sabe.

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