De entre las muchas actrices deslumbrantes que trabajaron en Hollywood durante los años cuarenta y cincuenta (considerados, no sin falta de razón, como la época más fructífera del cine narrativo en Estados Unidos, al menos desde un nivel industrial) existen una serie de iconos femeninos imperturbables, áureas ninfas de un sueño de glamour que no fue tal, sino un hervidero de academicismo que drenaba el talento y la pasión bajo los despiadados focos de una mentira estética. Una de esas ninfas, más tarde transformada en una mujer muy interesante y muy sensual, fue la norteamericana Kim Novak, nacida Marilyn Pauline Novak en 1933, uno de los más míticos rostros y cuerpos y miradas de una cierta concepción y estilización del cine americano, cuando aún alguien podía creerse que las estrellas eran descubiertas por productores enamorados platónicamente de ellas, y entregados a ofrecer su belleza al mundo. Luego todo el mundo se enteró (y cuando otros nacimos, ya lo supimos) que no hay nada de platónico en el Hollywood de aquella época.
Novak participó en tres películas famosísimas, en las que dio vida a tres mujeres muy diferentes entre sí, y todo lo demás que hizo carece de interés en comparación. Actualmente, no se puede decir que las nuevas generaciones sepan mucho de su existencia, y tampoco ha sido nunca considerada una actriz de talento. A mí siempre me lo ha parecido, pese a la brevedad e irregularidad de su carrera. Retirada antes de cumplir los sesenta años, actualmente vive en Oregón y dicen que goza (salvo algún susto en forma de cáncer que esperemos que se quede en susto) de una magnífica y feliz ancianidad. Pocas actrices de su época pueden presumir de haber dejado tantas imágenes indelebles en la memoria del cine de Hollywood, iluminando la pantalla con una sinceridad y una sensibilidad que algunos no supieron (o no quisieron apreciar), pues en sus mejores papeles existe un universo de emociones encontradas, de soledad y de dignidad, de interpretación sin palabras, que a mí siempre me ha fascinado.
Después de dedicarsee durante bastante tiempo a empleos tan dispares como ascensorista, ayudante de dentista y finalmente modelo en diversas campañas publicitarias, el avispado productor Harry Cohn (uno de los más despiadados y temidos magnates de ese Hollywood siniestro de los años treinta y cuarenta, que hasta dicen que contrataba a jóvenes actrices a cambio de sexo, en pocas palabras, de esos que dan mala fama a los productores) se fijó en ella y a mediados de los años cincuenta le ofreció un buen contrato, siempre que se cambiara el nombre, pues la Monroe pesaba mucho, y aún pesaría más. Novak accedió, a cambio de que le permitieran conservar su apellido, y en 1953 apareció, no acreditada e interpretando a una modelo, en ‘The French Line’, dirigida por Lloyd Bacon y junto a Jane Russell. Pero 1955 sería el año de su despegue y de su consagración, con tres películas que la convertirían en una estrella, dueña en su trayectoria de tres papeles sensacionales que no siempre han recibido los halagos que se merecían
“Madge” Owens, Madeleine/Judy, Polly “The Pistol”
La aparición de Marjorie “Madge” Owens a los pocos minutos del arranque de ‘Picnic’ (id, Joshua Logan, 1955) en su época dejó a los espectadores anonadados por tanta belleza y tanta fuerza en pantalla, y creo que esa sensación pervive hoy día. La película de Logan se ha quedado bastante vieja en lo tocante a su puesta en escena, a su forma exageradamente teatral (la película provenía de una pieza dramática de William Inge) y quizá el espectador actual la encuentre vetusta, pero sin duda resiste el paso del tiempo con dignidad gracias a la fuerza de sus personajes, y al intenso drama de perdedores y de sexualidad reprimida que se respira en cada uno de sus fotogramas. De hecho, la película es puro sexo, con la simbiosis absoluta de Novak y un ya maduro, pero aún así muy atractivo y muy salvaje, William Holden, que por entonces contaba 37 años mientras Novak sólo tenía 22. No creo exagerar si digo que es muy difícil encontrar una muchacha más trágica y al mismo tiempo más bella que Madge en esta película. Novak no interpretaba, vivía la secuencia con vehemencia desconocida.
Pasaron sólo tres años para el que seguramente sería su papel más recordado, uno que le llegaría por pura suerte, en una de las películas más famosas de la historia del cine americano. Hablo claro, de su enigmática y perturbadora y abyecta Madeleine Elster/Judy Barton de la genial ‘De entre los muertos’ (‘Vertigo’, Alfred Hitchcock, 1958). En un principio, Hitch quería a Vera Miles, que ya había sido la figura femenina determinante de la aún más genial ‘Centauros del desierto’ (‘The Searchers’, John Ford, 1956), pero al quedarse embarazada en el último minuto, no pudo trabajar en la película. Hitch, furioso, encontró al opuesto de la elegante y distinguida Miles: la morbosa y bestial Novak, convertida en una mujer imponente, a la que realzó sus generosas curvas con vestidos y sostenes mucho más marcados. Hoy, es imposible imaginarse a otra Madeleine/Judy, y sigue estremeciendo como la primera vez presenciar la demente obsesión de Scotty por acostarse con una muerta, transformando a una mujer gracias a la fuerza de su fantasía sexual…
Pasaron seis años más para que llegara su último gran papel, esta vez de la mano de otro director de renombre, el cruel y misógino, aunque en el fondo romántico y moralista, Billy Wilder, que le regaló el precioso papel de Polly “La Bomba” (en el original Polly “The Pistol”) en ‘Bésame, tonto’ (‘Kiss Me, Stupid’, 1964), una prostituta que trabaja de camarera en sus ratos libres, y a la que convencen para hacerse pasar por la mujer de otro, con tal de que Dean Martin se acueste con ella y le de a su falso marido la posibilidad de ser rico y famoso. En tan demencial y disparatado argumento (eso sí, la película es divertidísima) Polly/Novak brilla con luz propia sobre todos los demás a base de trabajar con lo único que trabajan los grandes actores: con las tripas. Porque da la sensación de que algunas de las frases más emocionantes, algunos de los sentimientos cohibidos de esta puta con buen corazón de la que terminamos enamorándonos, son de la propia Novak, o se le parecen mucho, lamentando su soledad, agradeciendo encontrar a un buen hombre por una vez, sabiéndose ya cerca de la madurez y de que sus mejores años han pasado. Una interpretación magnífica.
Otros papeles de Novak, como el de ‘El hombre del brazo de oro’ (‘The Man with the Golden Arm’, Otto Preminger, 1955), o la estupenda y poco conocida ‘La leyenda de Lylah Clare’ (‘The Legend of Lylah Clare’, Robert Aldrich, 1968), son buenos trabajos, pero por debajo de los tres nombrados. En realidad, casi mejor, porque así de la impresión de que lo más grande de Novak se concentró con toda la fuerza que era posible. Nunca será considerada como una gran actriz, a la altura de otros monstruos que no hace falta nombrar, pero a mí siempre me seguirá fascinando.
Ver 23 comentarios