Hay actores que tienen algo especial. Se suele decir que “enamoran a la cámara”, o que tienen un talento innato a la hora de trabajar con ella, de modo que aunque la historia no sea del todo convincente, ellos sostienen la imagen con su sola presencia, casi sin esforzarse (o esa es la percepción que uno tiene, aunque en el fondo la realidad es muy diferente). Una de esas actrices maravillosas es la oriunda de Catskill Mountains, Nueva York, nacida hace treinta y nueve años, la hermosa y brillante Jennifer Connelly. Una de las más talentosas y desaprovechadas actrices de su generación.
Algo tienen los ojos de esta muchacha, ahora una mujer cercana a la cuarentena. Unos ojos que no, independientemente de la historia que vivan, siempre conservan un halo de infinita melancolía, de dulzura y de belleza. Esa belleza que tiene que ver con la dignidad, y con una capacidad hipnótica que trasciende con mucho el grueso de papeles que, por desgracia, le ha tocado interpretar. De entre las muchísimas actrices bellas y de talento que han sido infrautilizadas en el cine norteamericana, pienso que muy pocas se acercan al magnetismo de Connelly.
Ya de muy pequeña se dieron cuenta de que la niña era una belleza fuera de lo común, y sus amorosos padres se convencieron de que podría hacer carrera de modelo infantil. No se equivocaron, y pronto triunfó, viajando por todo el mundo, participando en toda suerte de comerciales, y apareciendo en numerosas revistas. Pero la pequeña Connelly, que en la madurez ha llegado a afirmar que no recuerda casi nada de aquella época, no se sentía nada feliz con ese trabajo, y ansiaba dejarlo atrás y dedicarse a la interpretación. Una gran necesidad de expresarse como actriz residía en el corazón de aquella niña. Quería ser intérprete a toda costa, y no paró hasta conseguirlo. Lo hizo a los catorce años.
Puede que fuera por suerte, o porque era muy parecida a la actriz que encarnaría a Deborah Gelly de mayor (Elizabeth McGovern), o quizá porque McGovern era muy parecida a ella, quién sabe, pero Sergio Leone la aceptó para debutar en su película ‘Érase una vez en América’, una ambiciosa superproducción que relataba una trágica historia entre gangsters a principios del siglo XX. Quizá Leone no lo sabía, teniendo en cuenta además que no era un director precisamente especializado en actrices, pero la breve e inolvidable intervención de Connelly en aquella irregular película se convirtió en el corazón y en el alma del relato. Su breve secuencia de danza es lo más bello que filmó en su vida el realizador italiano. Y a todos se nos quedó grabada en la memoria.
Convertida en toda una estrella a los catorce años por su presencia y su belleza, a pesar del fracaso económico de la película, Connelly comenzó su dificultosa y extraña carrera, que no abarca demasiados títulos, la verdad, y que no se cuenta por éxitos de público o crítica, sino por buenas interpretaciones suyas, pues por muy disparatado que sea el proyecto, ella lo vive con total convicción. Después de un par de títulos que no merecen la pena ni mencionar, Connelly participó en la fantasy ‘Dentro del laberinto’ (‘Labeyrinth’, Jim Henson) que dos años después presentó a una Connelly que había sufrido un considerable estirón, pero que apenas se sostenía, pues el relato era excesivamente infantiloide y plano.
De nuevo un par de títulos que no merecen ni ser reseñados, pues son tan ínfimos y poco importantes que no añaden nada a su carrera. Convertida en una muy atractiva muchacha, Dennis Hopper confió en ella para cerrar el triángulo compuesto por Don Johnson y Virginia Madsen, para el filme negro ‘The Hot Spot’ (1990), titulado en España ‘Labios ardientes’, y que aunque no goza de demasiado prestigio, lo cierto es que es un más que digno policiaco, con algunos clichés, pero bien narrada por Hopper, con momentos muy eróticos, que anticipaban ese gusto por el erotismo noir en los años noventa. En ella, apreciábamos cómo había crecido Connelly en tan solo seis años, su potencial erótico y su belleza innegable.
Menudo cambio. Y seguía transmitiendo el potencial de gran actriz a desarrollar. Lamentablemente para ella, los años noventa no iban a ser precisamente un camino de rosas, pues iba a participar en nueve películas más, muy desiguales, ninguna realmente notable, y de la que se podría rescatar la ciertamente entrañable ‘El secreto de los abbott’, dirigida por Pat O’Connor en 1997. El resto de sus películas en esa década oscila entre lo grotesco, lo zafio y lo muy prometedor finalmente muy decepcionante. Esto último sucede con ‘La brigada del sombrero’ (memez de traducción para el original ‘Mulholland Falls’).
En esa película se cumple la máxima en esta fase de la carrera de esta actriz: el máximo aliciente es su atractivo y su arrollador magnetismo. El resto es insulso y fofo. Como en este drama que intenta el enésimo retorno al cine negro clásico, fracasando estrepitosamente. O la sosa y un poco absurda ‘The Rocketeer’, que aunque bastante digna, podía haber dado mucho más. Aunque a quién le importaba, con una Connelly tan arrebatadora. Pocas veces ha estado tan guapa, pocas veces ha sido una actriz la justificación absoluta del pago de una entrada. Pero, sobre todo, resulta increíble cómo la actriz parece surgida de una importante película de los años cincuenta, y hacer creíble su papel en medio de tanta blandenguería…
Pero, ¿para qué engañarnos? No es Connelly una actriz de un tirón taquillero espectacular, ni mucho menos, ni de un carisma que provoque clamor popular. Yo creo que pertenece a esas actrices de raza a las que sólo un paladar refinado puede degustar como se merece. No es una actriz que se base en la popularidad, es más bien una actriz de rasgos más independientes, aunque su extrema belleza pueda hacer aparentar lo contrario. Y tanto la boba ‘Career opportunities’, como la flojísima ‘The Heart of Justice’ basaban su mayor interés en el atractivo de la Connelly. Imagino la basura de guiones que tuvieron que llegarle a esta chica para que tuviera que aceptarlos.
Cerró década con una nueva exhibición de sensualidad y elegancia en la muy floja ‘Dark City’, que aunque fue plagiada descaradamente por los Wachowski en la saga Matrix, se trata de una película muy deslavazada, sin fuerza ni interés ninguno, más allá de algunas ideas sueltas interesantes para la ficción científica que serían explotadas por otros directores de mayor talento. Imagino que Jennifer tenía que sentirse decepcionada y desilusionada, pues no acababa de cuajar una carrera interesante. Es posible que esperase que todo cambiara con ‘Requiem por un sueño’, película en la que por fin pudo demostrar su talento, a pesar de ser un drama astuto y mentiroso, sobrecargado y autocomplaciente hasta extremos agotadores. Veíamos a una actriz en su plenitud, mucho más delgada, menos voluptuosa, pero en cierto modo más atractiva, más impresionante.
Esta década en la que nos encontramos ha sido, por lo menos bastante más interesante en todos los aspectos, aunque sin echar cohetes. En 2001 el insulto al espectador y a cualquier enfermo de esquizofrenia titulado ‘Una mente maravillosa’ tuvo la grandísima suerte de contar con ella para interpretar a la esposa de Nash, lo que le proporcionó un justísimo Oscar, pues ella era, de muy lejos, lo mejor de aquella nadería de película. Por fin, aunque fuera con una historia como aquella, Connelly era una actriz en su madurez capaz de demostrar de lo que era capaz. Pocas veces en el cine reciente se han visto unos ojos más conmovedores. Lástima que fuera precisamente en una película tan deleznable.
Con su Oscar recién ganado la llamó Ang Lee para su menor aunque muy interesante ‘Hulk’, que una vez más fue un éxito moderado de taquilla a pesar de sus expectativas. De nuevo, ella era lo mejor de la función. Pero ese mismo año protagonizó la que quizá es la mejor película de su carrera, en la que ella estaba literalmente impresionante, ‘Casa de arena y niebla’, un complejo drama en el que se ponía a la altura nada menos que de Ben Kingsley. Sus ojos eran igual de tristes y bellos que siempre, y además teníamos a una pedazo de actriz en su madurez regalándonos su intepretación. Poco importan, pues, las subsiguientes ‘Dark Water’, ‘Reservation Road’ o ‘Ultimátum a la Tierra’.
Pero fue una secundaria de lujo en la excelente ‘Little Children’ y en la muy floja ‘Blood Diamond’, donde de nuevo era la mejor, muy por encima de la obviedad de Leonardo DiCaprio o Djimon Hounsou. Quizá nunca consiga ser una gran actriz reconocida, pero los chispazos de su talento, y su innegable belleza ahí quedan para admirarlos como merecen, aún en una carrera tan errática. Siempre es un aliciente encontrársela en un reparto de actores.
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