A menudo, cuando se clasifica a los actores por sus estilos, capacidades o características, se les suele etiquetar de por vida. Están los duros, los comerciales, los chicos buenos, los teatrales, los de prestigio, las superestrellas… Harrison Ford ha sido considerado, a lo largo de su ya larga carrera, como cualquiera de ellos, dependiendo del papel, excepto actor de prestigio. Ford, siendo uno de los intérpretes más famosos del mundo, pocas veces o ninguna, o jamás, ha recibido el trato de un Daniel Day-Lewis o un Ed Harris, profesionales muy distintos a sus características, y creo que es injusto.
Asociado ya sin remedio a dos iconos del cine de aventuras, y dos mitos del siglo XX, como lo son Han Solo e Indiana Jones; actor de muy irregular carrera que ahora, con casi 68 años, entra en su ocaso; personaje mediático irritable e irritante, de escaso tacto social; estrella cuyas películas son las que más han recaudado, en total, en la historia; carpintero autodidacta y persona concienciada con el medio ambiente y, en opinión de quien esto suscribe, un actor portentoso, muy físico y muy natural, posiblemente la piedra angular de muchos de los éxitos en los que ha participado.
Ford es algo así como el Bogart de esta época, salvando las distancias. De inicios muy difíciles, cuenta la leyenda que conoció a George Lucas con el martillo en la mano, y que ya entonces vio allí a su Han Solo. La aparición de Ford en ‘Una nueva esperanza’ significa, sencillamente, electrizar la pantalla, en el paso del primer acto al segundo, revolucionar la historia y pasar de una tercera marcha, a una cuarta y una quinta. Pocos actores hubieran podido ofrecer esa mezcla de cinismo, encanto irresistible y veracidad física.
Y cuando hablo de veracidad física, hablo de su completo, instintivo control de la escena, de su complicidad total con la cámara, de su naturalidad en los movimientos y en los gestos. Es un anti-método, es decir, un actor puro, alejado de esquemas y lugares comunes, sin rastro de teatralidad ni fingimiento. Basta ver su fugaz y solidísima intervención en ‘Apocalypse Now’, donde da vida al perfecto lacayo, o la progresiva transformación de Solo en algo más que un sinverguenza, en la bellísima ‘El imperio contraataca’, película en la que su personaje es, junto al de Vader, el que lleva el peso de toda la película.
Pero ya en su primer papel enteramente protagonista, el de ‘En busca del arca perdida’, demostró que era un actor de raza. Interpretaba a lo Wayne, a lo Spencer Tracey, a lo Bogart. Parecía un actor escapado de aquella época. Y lo parecía porque Ford tiene la habilidad, muy poco apreciada por cierto sector cinéfilo, de vivir enteramente la secuencia, de creer en lo que hace como un niño se entrega a un juego de prestidigitación.
Por eso no puede fingir, y cuando se aburre en un rodaje o la historia no le interesa, como en ‘Blade Runner’ o en ‘El retorno del Jedi’, se nota en la pantalla. Es decir, es un actor de gran sinceridad, no puede evitarlo. Sin embargo, qué convincentes, qué grandiosos sus papeles en ‘Único testigo’, ‘La costa de los mosquitos’ o ‘Frenético’. Nadie, en los años ochenta, era capaz de encarnar a un hombre corriente metido en apuros tan grandes, y resultar siempre creíble. Sus sufrientes personajes experimentan lo que experimentaríamos nosotros, tal cual.
Poco importan, por tanto, las facilidades o las medianías de ‘Armas de mujer’ o de ‘Juego de patriotas’, porque ese talento inigualable para hacer terrenales a sus héreos alcanzaría la cima con ‘El fugitivo’, sensacional aventura a la que él regaló su rostro sufriente y su estoico físico. Lástima que, desde entonces, y como tantos otros intérpretes que a la llegada de la madurez, en lugar de ofrecer lo mejor de sí mismos (y ahora pienso en Robert De Niro), se van perdiendo en papeles olvidables.
Sus participaciones en ‘Sabrina’, ‘Air Force One’, ‘Seis días, siete noches’, ‘Lo que la verdad esconde’...no son más que un juego de niños para él, que demuestra que aún puede interpretar a lo grande, como en su breve papel de ‘K-19’, o en su regreso al sombrero y el látigo en la estupenda ‘El reino de la calavera de cristal’. Pero a su edad, a parte de chispazos esporádicos, parece ya aburrido de la fama y el juego de Hollywood, aunque seguramente no esté aburrido de las burradas que cobra por participar en una película. Burradas que se ha ganado a pulso, y que no están regaladas por nadie.
[Fdo: Adrián Massanet]
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