George Clooney, un bello con neuronas

“Soy ciertamente la última persona que debería dar consejo sobre…bueno, sobre cualquier cosa”

Por el cine estadounidense, y sobre todo por Hollywood, han desfilado innumerables bellos, con o sin talento, con o sin ideas, con o sin neuronas. Por supuesto, aunque no hace falta decirlo porque todos somos conscientes de ello, el “con” es precisamente la excepción, lo extraño. De entre las pocas estrellas no estrelladas en ese fango de glamour que alimenta Hollywood, podemos rescatar a George Clooney (1961, Lexington, Kentucky), un bello en camino de dejar de serlo (el tiempo, que todo lo estropea), quien lleva tres lustros demostrando que se puede ser uno de los hombres más deseados del mundo sin por ello carecer de personalidad y, sobre todo, de una cabeza bien amueblada, en la que las ideas progresistas van de la mano con un gratificante buen gusto a la hora de elegir los papeles, de un sentido del humor incombustible, y hasta de un considerable talento tanto en la interpretación como en la dirección de películas. Un hombre que, además, ha sabido mantener a raya a la legión de paparazzi dispuesta a airear su vida personal por dinero.

Y no ha sido un camino fácil, de ningún modo. Y esto no solamente por los prejuicios de un cierto sector de la crítica que, aún hoy, le niega cualquier clase de mérito artístico, también por su misma personalidad y su nulo interés, en su juventud, de prepararse debidamente y de trabajar duro para convertirse en un importante actor. Contaba la difunta Rosemary Clooney (famosa tía del actor) que una vez, cuando él ya era un aspirante a actor, le pidió pintar la valla de madera de la casa como pago por acogerle una temporada. El joven George pintó solamente el tramo de valla que Rosemary podía ver desde la ventana, y nada más. Una anécdota que adelanta un poco la astucia y la desvergüenza de un actor realmente versátil, consciente de la necesidad de conocer las propias limitaciones y de potenciar sus virtudes. Clooney nunca será un Laurence Olivier ni un Peter Ustinov. Ni falta que le hace. Le basta con ser Clooney.

Tiene no poca ironía que el primer papel de una cierta entidad que consiguió fuera en la serie ‘E/R’ (1984-85), cuyos veintidós episodios transcurrían en su mayor parte en un hospital. Poco podía imaginar Clooney, seguramente, que diez años después sería conocido en todo el país como el seductor pediatra de la estupenda ‘Urgencias’ (‘ER’, en el original), y es que a punto estuvo de tirar la toalla después de varios años trabajando en productos no ya de tercera o cuarta, sino de ínfima categoría. Clooney es un buen ejemplo de que no hay que tirar la toalla jamás, por muy mal que vayan las cosas. Puede que trabajara en unos pocos episodios de la famosa ‘Roseanne’ (id, Matt Williams, 1988-97) o en uno de ‘Las chicas de oro’ (‘The Golden Girls’, Susan Harris, 1985-92), pero dudo que recuerde con especial cariño una época en la que participó en cosas como ‘Loca academia de combate’ (‘Combat High’, Neal Israel, 1986), ‘Return to Horror High’ (id, Bill Froehlich, 1987) o ‘El retorno de los tomates asesinos’ (‘Return of the Killer Tomatoes’, John De Bello, 1988). Tampoco es que él, con unas greñas espantosas y aspecto de adolescente eterno, demostrara además muchas dotes de interpretación en esos títulos.

Urgencias: una serie histórica

Por supuesto, todo cambió con ‘Urgencias’, creada por Michael Crichton y apadrinada por Steven Spielberg. Esa serie seminal de la televisión americana, que nació de manera humilde, sin la expectativa de convertirse en lo que ha sido durante quince años, es una de las que más ha ayudado a alcanzar la edad de oro de la televisión americana que vivimos ahora mismo, y la que impulsó de manera definitiva la carrera de Clooney, que participó en ciento nueve episodios como el mujeriego Douglas Ross, amigo cercano del protagonista de la serie. Mucho antes de que Clooney decidiera dejar la serie para dedicarse en exclusiva al cine, ya se sabía que era un actor a tener en cuenta para el futuro, y una más que probable estrella y sex-symbol mundial. El cambio de su personaje, de hombre sin rumbo a hombre tranquilo y cabal, describe el cambio en la carrera del propio Clooney. Había mejorado su aspecto físico y se había convertido en un hombre atractivo y carismático, con treinta y pocos años, y sabía que había llegado su momento. En mi opinión, bordaba su papel de encantador rompecorazones que, irónicamente, escondía un gran corazón.

Pero el cine era otro cantar, y hubo de conocer un nuevo comienzo, al que se enfrentó con paciencia y profesionalidad. Sus primeras películas no fueron especialmente relevantes. Desde luego, era lo mejor de ‘Abierto hasta el amanecer’ (‘From Dusk Till Dawn’, Robert Rodríguez, 1996), donde actuaba a lo Steve McQueen, a lo grande. Hubiera sido interesante que prolongara más esa vena de hombre de acción, porque creo que hubiera dado una carrera muy intensa. Sin embargo, posteriores elecciones fueron menos acertadas, como ‘El pacificador’ (‘The Peacemaker’, Mimi Leder, 1997) o ‘Batman & Robin’ (id, Joel Schumacher, 1997), aunque en la interesante y más que digna ‘Un día inolvidable’ (‘One Fine Day’, Michael Hoffman, 1996) daba la réplica a Pfeiffer con talento para la comedia por primera vez. De todas formas, hasta su encuentro con Steven Soderbergh no encontró su propio estilo. La estupenda y estimulante ‘Un romance muy peligroso’ (‘Out of Sight’, 1998) empezaba a mostrar con nitidez su arrolladora presencia y su rápida maduración como actor. Ese mismo año vio su papel de ‘La delgada línea roja’ (‘The Thin Red Line’, Terrence Malick) menguado a unos pocos segundos, y pidió, sin éxito, que retirasen su nombre de los créditos y el cartel…

De todas formas pudo resarcirse con el excelente papel bélico de la singular ‘Tres reyes’ (‘Three Kings’, David O. Russell, 1999), en la que reincidía en su aspecto cínico y desvergonzado que, finalmente, desvelaba una intensa compasión interior. Clooney ya era Clooney. Y mucho más el año siguiente, con uno de sus mejores papeles: el del capitán de barco pesquero de la emocionante y trágica ‘La tormenta perfecta’ (‘The Perfect Storm’, Wolfgang Petersen, 2000), que fue también un gran éxito de taquilla, por lo que su comienzo de década fue ideal. Se había convertido en una estrella consolidada y empezaba a demostrar que era algo más, en realidad bastante más, que una cara bonita y un carisma. También fue lo mejor de una de las peores películas (el inicio de su decadencia) de los Coen: ‘O Brother!’ (‘O Brother, Where Art Thou?’, 2000). Desde luego, ha sido una década intensa para él, en la que ha sabido alternar proyectos descarademente comerciales (la cada vez más insulsa saga ‘Ocean’), con proyectos más arriesgados como el nuevo ‘Solaris’ (id, 2002) o la extraña ‘El buen alemán’ (‘The Good German’, 2006), ambas de su colega Soderbergh.

Mucho más productiva ha sido su asociación con los Coen o sus primeras películas como director. Creo que está excelente en esa comedia loca titulada ‘Crueldad intolerable’ (‘Intolerable Cruelty’, 2003), quizá su mejor papel para los Coen, aunque también estaba muy divertido, y hasta paródico, en la gamberrada ‘Quemar después de leer’ (‘Burn After Reading’, 2008). Según él, los Coen son los directores más brillantes con los que ha trabajado, aunque quizá hubiera sido bueno que los conociera diez años antes, cuando hacían sus mejores películas. En cuanto a sus trabajos como cineasta, a la interesante y valiente ‘Confesiones de una mente peligrosa’ (‘Confessions of a Dangerous Mind’, 2002) le siguió la intensa ‘Buenas noches y buena suerte’ (‘Good night and Good Luck’, 2006), en la que desplegaba una excelente dirección de actores y una rápida madurez también como realizador. Le puso a las puertas del Oscar como director, pero ese mismo año lo ganó por la fallida ‘Syriana’ (id, Stephen Gagham) como secundario, en un esforzado papel para el que renunció a su atractivo y a cualquier divismo.

Últimos proyectos

Con ambas películas Clooney certificaba sus ideales progresistas y claramente izquierdistas, que le han valido unos cuantos enemigos, los cuales resultan ya bastante inocuos dada su fama y el respeto ganados. En los últimos años no ha tenido tanta suerte en su tercera película como director, ‘Ella es el partido’ (‘Leatherheads’, 2008), con su gran amiga Renée Zellweger, ni tampoco en otra comedia de aire tan coeniano, ‘Los hombres que miraban fijamente a las cabras’ (‘The Men Who Stares at Goats’, Grant Heslov, 2009), pero ha sido lo mejor de sendos dramas: ‘Michael Clayton’ (id, Tony Gilroy, 2007) y ‘Up in the Air’ (id, Jason Reitman, 2009), que le valieron también sendas nominaciones al Oscar. Consciente de que su atractivo no durará mucho más, y de que goza de margen de maniobra para proyectos más personales, ha estilizado un poco su cuerpo, perdiendo algunos kilos, y ha protagonizado la extraña ‘El americano’ (‘The American’, Anton Corbijn, 2010). Ahora prepara ‘The Descendants’, de Alexander Payne, que promete bastante, y su cuarta película como director.

Nadie puede negar a George Clooney su capacidad de trabajo, su inteligencia y su valentía. Ahora llega a la madurez de su vida y, esperemos, al mejor momento de su carrera, ese que algunos grandes fiscalizaron cuando tenían lo mejor de sí mismos todavía por ofrecer. El canoso Clooney tiene poco que demostrar a nadie a estas alturas… excepto, quizá, a sí mismo.

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