Uno de los grandes rebeldes de Hollywood nos ha dejado esta semana. Farley Granger falleció el pasado domingo en la ciudad de Nueva York a la edad de 85 años. Y subrayo lo de su rebeldía por el hecho de que Granger tuvo que sobrevivir en los años 40 y 50 en medio de un Hollywood que intentó darle la espalda debido a su abierta y declarada homosexualidad. Si a día de hoy la sociedad sigue siendo homófoba, imaginaos en aquella época.
Granger formó parte de mi formación como cinéfilo en mis años de adolescencia, cuando las televisiones públicas sentían respeto por el cine. En aquellos años descubrí al actor en films tan importantes como ‘La soga’ (‘The Rope’, 1948) y ‘Extraños en un tren’ (‘Strangers on a Train’, 1951) —declarada la mejor interpretación de su carrera—, obras magnas de Alfred Hitchcock, dos de sus demostraciones de la imposibilidad del crimen perfecto. El insigne productor Samuel Goldwyn fue quien descubrió a Granger, ofreciéndole primero algún papel corto, hasta que protagonizó el film de culto ‘Los amantes de la noche’ (‘They Live by Night’, Nicholas Ray, 1949), que le hizo firmar un contrato con Goldwyn por varios años.
En Europa Luchino Visconti le dirigió en ‘Senso’ (id, 1954), una de las mejores películas de su autor. Tras una obra en Broadway, ‘The Carefree Tree’, que tuvo un gran recibimiento, regresó al cine protagonizando films como ‘La calle desnuda’ (‘The Naked Stree’, Maxwell Shane, 1955) o ‘La muchacha del trapecio rojo’ (‘The Girl in the Red Velvet Swing’, Richard Fleischer, 1955), a partir de las cuales se refugió en la televisión. Sus apariciones cinematográficas quedaron relegadas a subproductos varios, destacando, si se puede decir así, films como ‘Le llamaban Trinidad’ (‘Lo chiamavano Trinità...’, Enzo Barboni, 1970) y ‘El asesino de Rosemary’ (‘The Prowler’, Joseph Zito, 1981).
Hasta siempre Farley
Vía | Ambiente G