A todos nos gusta Ed Harris. Es una especie de pandemia, mucho más extendida que otras, y cien mil veces más placentera. Consiste en tragarnos absolutamente todo lo que haga este hombre, oriundo de Nueva Jersey y nacido hace casi cincuenta y nueve años, aunque en verdad ha hecho casi cualquier cosa. Ahora bien, tiene la manía de mejorar muchos productos que, sin él, serían carne de videoclub, y no precisamente de la salvable.
Sin duda, es en la actualidad uno de los actores más prestigiosos de su país, y aunque ha participado en pocas películas realmente redondas (como la mayoría de los actores realmente buenos de su país), sus buenos trabajos son numerosos, y ahora vamos a hablar de la mayoría de ellos. Hombre de profundas ideas de izquierdas, sus ojos azul claro sirven tanto para mostrar compasión como crueldad. Pero sobre todo es la elegancia personificada.
Una cabeza despejada de pelo (casi desde que le conocemos, si exceptuamos alguna escasa película en la que le pusieron un peluquín) anuncia un rostro que se ha ido volviendo cada vez más pétreo. Dos ojillos pequeños, inteligentes y penetrantes, cejas pobladas, una nariz que a pesar de su anchura guarda una armonía sorprendente con el rostro, y una boca que siempre parece apretada. Ese es el rostro de nuestro actor, a lo que hay que sumar una voz bellamente atenorada, suave y viril. Sí, Harris tiene estilo.
Debutó en el cine de la mano de Michael Crichton, en una película hoy olvidada, ‘Coma’, que sin embargo estaba bastante interesante. Y después de aquella, siguió participando en innumerables (y poco reseñables) productos televisivos y en varias películas carentes del más mínimo interés, excepto dos títulos: ‘Bajo el fuego’ y ‘Elegidos para la gloria’, que sin ser grandes películas, sí eran serias e interesantes, que demostraban que era un todoterreno capaz de hacer bien cualquier encargo que le propusieran.
Empezaron a llamarle directores de la solidez de Robert Benton, Jonathan Demme, e incluso Louis Malle. Pero definitivamente su vida cambió cuando le llamó James Cameron en 1988, mal que le pese a él mismo.
No me puedo imaginar la dureza del rodaje de ‘The Abyss’, pero tuvo que ser algo serio cuando Ed Harris, a día de hoy, aún no se habla con James Cameron. No es que este genial director vaya haciendo amigos por sus rodajes (nadie le lleva la contraria). Aquel era un proyecto verdaderamente único. Nunca se había filmado tanto material bajo el agua en una película de ficción, y menos con esas ambiciones visuales. Con su presupuesto y sus innovadoras técnicas digitales de efectos digitales, se esperaba un grandioso éxito de taquilla que no se produjo.
Y Ed Harris se enfrentó a su primer papel estelar con muchísima entereza, sacando de dentro esa humanidad y el naturalismo que le caracterizan, ofreciendo un Virgil Brigman honesto, terco y valiente, alejado quizá de los tópicos del héroe de aventuras, y por ello más interesante que muchos. Puede que ‘The Abyss’ no sea la grandísima película que tendría que haber sido, pero al menos sirvió para que el rostro de este actor se hiciera más internacional.
También participó en ‘Conspiración para matar a un cura’, la primera de las tres películas (dos de ellas con curas, además) que protagonizaría para Agnieszka Holland, directora que ha ido de más a menos y con la que la une una gran complicidad. De hecho, sus trabajos para ella se cuentan entre lo mejor (aunque quizá no necesariamente lo más popular) que ha hecho este actor, al que después de aquello pudimos ver en la floja ‘El clan de los irlandeses’ y en la razonablemente interesante ‘Glengarry Glenn Ross’, una película cuyo mayor aliciente era el reparto y el guión de David Mamet.
Pero parecía condenado a papeles pequeños, a los que ofrecía lo que podía, pero que no eran gran cosa, como el que tuvo en la también muy floja ‘The Firm’ (una de las peores de Pollack), o la ultra-conservadora ‘Apollo 13’, en la que tenía algo más de presencia. Él aportaba esa gran presencia humana, esa inteligencia en su mirada y ese saber estar, hasta el punto de ser lo mejor de productos como ese, y con lo que más se quedaba el personal. Pero no tuvo mucha suerte en la primera mitad de los noventa, y la segunda tampoco fue mucho mejor, aceptando papeles como el de la palomitera ‘La roca’ o la lacrimógena ‘Quédate a m ilado’. Lo curioso es que Harris siempre estaba bien, sobrio, convincente.
Las cosas empezaron a cambiar cuando Eastwood (¿cuántas carreras habrá ayudado a mejorar’) le llamó para ‘Poder absoluto’, una irregular aunque a ratos apasionante película de política-ficción. Y al año siguiente pudo demostrar que es un actor de raza en la fallida ‘The Truman Show’. Su papel de Christof era sutil y fascinante, con mucho lo mejor de una película que hacía aguas por su indefinición y su conservadurismo.
La presente década ha sido, con mucho, la mejor para él. En ella ha dado su mejor papel, en ‘Las horas’, y algunos realmente impresionantes, en los que apenas tenía que hacer nada, simplemente estar, demostrando lo mucho que ha crecido como actor. Me refiero a sus personajes en ‘Enemigo a las puertas’ (una más que digna película de aventuras) y ‘Una historia de violencia’ (ni por asomo el film genial que muchos proclaman, pero sí una película muy interesante). Además, en el año 2000 debutó en la dirección con la estupenda ‘Pollock’ y ha cumplido uno de los sueños de su vida interpretando a Beethoven.
Ed Harris ya es una leyenda, y poco importa que vuelva a intervenir en películas mediocres. A fin de cuentas, estará él. Nominado cuatro veces para el Oscar, el premio se le resiste, para desesperación de sus seguidores. Pero a mí me es igual, no lo necesita. Además, no es un premio distinguido ni elegante. Sólo lo será el día que Ed Harris se alce con él.
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