Echando de menos a Paul Newman: los momentos más gloriosos de una leyenda del cine

Echando de menos a Paul Newman: los momentos más gloriosos de una leyenda del cine
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"Sólo creces cuando estás solo".

Recientemente, en un nuevo visionado a la interesante película 'Camino a la perdición' ('Road to Perdition', 2002) volví a caer absolutamente enamorado de la magnética presencia, del talento puro, de uno de los intérpretes más famosos de la entera historia del cine.

Existe un momento en esa película (al que pertenece, precisamente, la imagen que el lector puede observar encima de estas líneas) que me estremece cada vez más. Se trata de aquel en el que John Rooney (Newman) acude a pagar la moneda al chiquillo protagonista, por haber perdido a los dados, y de pronto deja de ser el anciano venerable y cariñoso de antes.

Al sutil juego de palabras que le suelta al chaval testigo de un asesinato ("Un hombre de honor siempre paga sus deudas... y mantiene su palabra"), se une la lentitud conque Newman se incorpora. Y no hace nada más. Pero John Rooney se ha transformado en el Ángel de la Muerte. No puedo evitar un escalofrío cada vez que veo esa imagen, compendio y resumen de cincuenta años exactos de trabajo delante de las cámaras o sobre un escenario.

Newman, además de actor, fue director, empresario, humanitario, piloto de carreras, activista político, activista ecológico, fumador compulsivo y bebedor irredento, aunque posiblemente fuera unas cuantas cosas más. Cuando digo que se le echa de menos, al menos se tiene la gran suerte de poder echar mano de algunas de sus dos docenas de grandes interpretaciones.

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Pero la aportación enorme que nos legó es tan grande como el hueco que ha dejado, pues el cine americano está huérfano de los grandes actores surgidos en los años cincuenta y sesenta, y parece poco probable que las nuevas generaciones puedan siquiera maquillar ese hueco. Porque aunque los americanos siempre cuentan con un buen número de buenos actores, algunos realmente grandes, pocos o ninguno gozaron de su elegancia y su personalidad, de su riesgo y de su capacidad de saltar sin red en papeles suicidas, que él convertía, nadie sabía cómo, en triunfos.

Y es que Newman, de alguna manera, llegó a ser un género en sí mismo, porque aunque seguramente ni se lo proponía, todo parecía girar en torno a su luz interior. El cine de Paul Newman.

Su época dorada fueron los sesenta y setenta (décadas en las que demostró, junto a los más grandes de su generación, que la transición desde el cine clásico de los años cincuenta a renovados estilos de interpretación eran posibles si uno no se dormía en los laureles), en los que participó en treinta películas, desde la todavía un tanto anquilosada 'Desde la terraza' ('From the Terrace', 1960), en la que daba vida con bastante solidez a un ambicioso ejecutivo al lado de su ya por entonces mujer Joanne Woodward, hasta la muy extraña y falida 'Quintet' (id, 1979).

Pero en esos veinte años de carrera Newman había construido una docena de papeles míticos que ya le habían aupado al olimpo de lo imperecedero, en los que había llevado a cabo un ensanchamiento de su talla artística inalcanzable para otros colegas de profesión, y que le había convertido en millonario y mundialmente célebre. Pero esa celebridad y riqueza no se tradujeron precisamente en felicidad y sosiego, pues a su rebeldía natural de juventud se le sumó una creciente soledad vital que le acompañaría hasta el día de su muerte.

Algo, o mucho, de esa inquietud anímica, de esa desazón emocional desmentida por su, en apariencia (sólo en apariencia), idílica relación de medio siglo con Woodward, se traslada a sus personajes, que escogía, siempre que tenía oportunidad, con el mayor de los esmeros.

Una especie de cansancio de vivir, pero de energía misteriosa por continuar viviendo, en un tormento íntimo que expresaba a través de su trabajo interpretativo. Tenía mucho que ver con su pasión por la velocidad, por el whiskey, por las relaciones en el más oscuro secreto pero mantenidas durante años, por su labor benéfica, una de las más importantes que jamás ha llevado a cabo una personalidad cinematográfica.

Los momentos cinematográficos más gloriosos de Paul Newman

Sin más, he aquí un compendio de momentos gloriosos, colmados de su talento interpretativo:

  • La larguísima partida de billar (de más de un día natural de duración) de la colosal 'El buscavidas' ('The Hustler', 1961), en la que acaba derrumbándose por el puro cansancio físico, en una historia sobre la búsqueda del amor propio.
  • La inhumana paliza a la que es sometido su subversivo personaje (quizás un sosias de sí mismo) en la inolvidable, por muy tramposa que sea, 'La leyenda del indomable' ('Cool Hand Luke', 1967). Obligado a cavar un hoyo... a llenarlo de nuevo... a volverlo a cavar... todo el día. Hasta desfallecer. Un relato sobre un ajuste de cuentas personal con Dios.
  • En 'Un hombre' ('Hombre', 1967), la réplica del hombre blanco convertido en indio (Newman) a un par de sinvergüenzas que se aprovechan de dos nativos, rompiéndole a uno el vaso de licor en la cara con su rifle. A la acusación de su acompañante, "¡Eres un salvaje!", Newman responde con un muy inteligente: "Creí que dirías que me había comportado de manera civilizada". No se puede decir más con menos.
  • La mítica partida de cartas de 'El golpe' ('The Sting', 1973), en la que un ya maduro Newman vacila hasta el hartazgo al peligroso Lonegan, haciéndose pasar por borracho, eructando, carcajeándose de mala manera, y finalmente haciendo trampas mejor que él y ganándole la mano definitiva. Más carisma y mayor caradura, imposible.
  • Perdiendo los nervios con Vincent (Tom Cruise) en 'El color del dinero' ('The Color of Money', 1986), para luego hablarle en confianza, como un padre... para luego traicionarle y darle una lección que casi le cuesta paliza. Eddie Felson es Paul Newman y no al revés.
  • Explicándole a Melanie Griffith por qué no puede irse con ella en 'Ni un pelo de tonto' ('Nobody's Fool', 1994), y posiblemente abriéndole el alma al espectador, con su voz ya cascada por la bebida y el tabaco.

Supongo que ya nos legó suficiente como para pedirle nada más. Siempre podemos ver cómo "resucita" en 'El color del dinero', y cómo se despide, en paz, en el plano final de 'Ni un pelo de tonto'. Para muchos, él es el cine. Para muchas otras personas, el hombre más guapo que ha existido. Personalmente, observar su carrera, constatar que su agostamiento y su marchitar no fueron de la mano con una flaqueza de fuerzas ni de talento, lo encuentro una de las cosas más fascinantes que apreciar en una pantalla.

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