Bastan tres películas, tres tan solo, para aupar a este coloso al Olimpo de los grandes intérpretes norteamericanos de todos los tiempos. En ellas interpreta sendos papeles, muy distintos entre sí, de gran complejidad en la creación (por no caer en el lugar fácil, en el melodrama, en la exageración, aunque esta última la bordea siempre) y de altísima autoexigencia, por cuanto configuran tres de los iconos afroamericanos más resbaladizos y arquetípicos (que no tópicos, no confundamos términos, como suele suceder): el mártir político, el deportista trágico y el criminal ultra-violento.
Arquetipos que, una vez ha cogido y exprimido Washington hasta el límite de sus posibilidades, en manos de otro actor-creador van a quedarse muy lejos, o muy cortos, pues con su fuerza expresiva arrolladora, con su grandioso ego y su dominio absoluto del rostro y la escena, todo lo que venga va a pasar, inevitablemente, por el filtro del trabajo que ha legado. Son los papeles, claro, deslumbrantes de ‘Malcolm X’, ‘Huracán Carter’ y ‘Día de entrenamiento’. Tres papeles que valen toda una carrera que ha dado mucho menos de lo que puede esperarse de un artista de su incomparable talento.
‘Malcolm X’, la mirada y la palabra
Con 38 años interpretó un verdadero hueso: el defensor de los derechos de los afroamericanos, asesinado por afroamericanos, Malcolm Little, luego llamado Malcolm X, papel que hizo olvidar de un soplido los parabienes obtenidos (a parte del Oscar) por su fácil papel en la aún más fácil ‘Glory’. La proeza de Washington consistió menos en dar vida a este líder desde su juventud tumultuosas, hasta sus últimos años, en una de esas transiciones que tanto gustan a los críticos, y más en apropiarse de la presencia de X sin caer en la copia o la aproximación sentimental.
Por el contrario, más que dejar que un personaje de un calado social tan importante se apodere de él, Washington se apodera del personaje, coge su mirada penetrante, y tal como Robin Hood acierta sobre la flecha previa que ha dado en el justo centro, él llega más lejos aún que esa mirada con la suya. Y coge las palabras y la poderosa voz de X, y consigue el milagro de que el personaje se parezca a él, y no a la inversa. La película de su amigo Spike Lee gira en torno a esa mirada y a esa voz, y el resto, aunque está bien hecho, está supeditado a ese milagro.
La película tuvo una producción complicada, porque a Spike Lee se le fue el presupuesto de las manos, y se vio obligado a pedir dinero prestado a sus amigos (algunos, importantes deportistas o famosos), pero nada parece más sencillo y más sereno que la interpretación de un Washington muy superior al actor que le robó, literalmente, el Oscar: el insoportable Pacino (este actor no es la mitad de sí mismo sin la sombra de Coppola detrás) de ‘Esencia de mujer’.
‘Huracán Carter’, el cuerpo y el tiempo
Entre ‘Malcolm X’ y ‘Huracán Carter’ pasaron siete años, repletos de películas y papeles olvidables. Para muestra, un botón: ‘Virtuosity’, ‘Estado de sitio’, ‘El coleccionista de huesos’, ‘Fallen’. Papeles a los que él aportaba su enorme talento, pero que estaban muy por debajo de sus posibilidades. En estas, llegó el papel de Rubin Carter, un boxeador legendario (por su pegada y por su tragedia…), encarcelado durante veinte años por un crimen que jamás cometió, por el solo hecho de ser un negro en el lugar y momento equivocado.
La película de Norman Jewison no pasa de correcta, pero Washington está tan inmenso, que él sostiene la película sobre sus hombros sin la menor señal de esfuerzo o autocomplacencia. Había peligro de que se acercara a los modos o a la intensidad de otro mártir como Malcolm X, pero Washington es magistralmente inteligente, y supo ofrecer otros rasgos: esculpir su cuerpo a través del tiempo anímico del personaje en la cárcel. El resultado en pantalla es asombroso. Como el actor-creador que es (en cuanto creador, muy superior a Jewison), sentimos el paso del tiempo en su cuerpo, en todo él, como algo verdadero y veraz. Palabras mayores.
Esta vez no necesitaba despegarse del personaje, de notable aunque inferior arrastre visual que Malcolm X, sino mostrar algo mucho más inasible: la herida del tiempo. Hay muy pocos intérpretes capaces de lograr esto, y con tal contención y humildad.
‘Día de entrenamiento’, las tinieblas y la furia
Sólo dos años transcurrieron entre ‘Huracán’ y ‘Día de entrenamiento’, en la que Washington vuelve a transformar su misma esencia, esta vez para convertirse en uno de los seres más abyectos y brutales de toda la historia del cine norteamericano. Y Antoine Fuqua dirige con poderío y muy buen ritmo este policiaco violentísimo, al que apenas se le pueden echar pegas, pues hasta su despiadado final es apropiado.
En ella, Washington despliega una fiereza desconocida en él, y con la que apenas coqueteó en filmes muy inferiores a este. Bordea continuamente la sobreactuación y la exageración, pero jamás se despega del personaje, jamás se desprende de él el más mínimo fingimiento. A sus 47 años está en la plenitud de su talento, y es capaz de coger un personaje que en manos de otro actor sería un arquetipo, y de darle una oscuridad inimaginable, una furia indómita y demencial, una fascinación por el mal incontestable.
Se nos queda, para siempre, pegado a la retina, este sujeto terrible y atroz, a cuyo lado los criminales más salvajes de Los Ángeles se arrugan y palidecen. Washington rubrica su trío de ases con sencillez pasmosa, sin recurrir a gestos, sino simplemente magnetizando la pantalla con su presencia. Del mártir político a la tragedia de un deportista, de ahí a la brutalidad de un afroamericano brutal, Washington triunfa donde otros no hubieran podido ni siquiera salir vivos.
Pero…
Pero si echamos un vistazo a sus trabajos, después de aquel Oscar merecidísimo, no podemos sino lamentar que haya tan pocos papeles buenos, o que elija tan mal. Hombre de ideas casi reaccionarias, no sorprende por tanto su participación en la fascistoide ‘El fuego de la venganza’, o en la aleccionadora ‘John Q’. Son papeles demasiado blandos para él. Como lo es incluso el de ‘Plan oculto’, donde Clive Owen le roba todo protagonismo tapado con una máscara. Tampoco el hermano de Tony Scott hizo algo especialmente memorable con él en ‘American Gangster’, donde su papel es una sombra ligera del de ‘Día de entrenamiento’.
Y su faceta como director deja dos películas lamentables: ‘Antwone Fisher’ y ‘The great debaters’, de mensajes más bien poco sutiles, y que pasaron sin más pena que gloria. Su participación en la taquillera, y olvidable, ‘El libro de Eli’ tampoco ha supuesto gran cosa a su carrera. Ahora vuelve, de nuevo, con Tony Scott, con el que nunca ha hecho grandes cosas. Sin embargo, quién sabe, puede que a esas tres joyas imperecederas se le una la cuarta, o la quinta, en un futuro. Todo es cuestión de esperar.
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