Cuentan que hace muchos siglos, la tierra que ahora es California estaba invadida por un lodazal que atraía a los dinosaurios con la esperanza de conseguir agua, pero en el que se veían atrapados para no poder salir nunca más. Muchos siglos después, algo parecido les sigue ocurriendo en California, concretamente en Hollywood, a otros colosos, en esta época actores superdotados reconvertidos en estrellas deslumbrantes que echan a perder sus carreras y su talento por una ambición desmedida, una fama desproporcionada y un poder que muy pocos actores han sabido manejar en sus carreras.
Tom Cruise y Nicole Kidman, antiguo super matrimonio de hollywood, ambos ex-actores del cine independiente, ambos ex-buenos actores, y ambos ex-grandes estrellas. Once años de relación, para terminar con ella en 2001, momento en el que Kidman empezó a demostrar la gran actriz que es, mientras Cruise se hundía en un pozo del que todavía no ha salido. Sin embargo, Cruise pudo respirar tranquilo, seguramente, cuando se dio cuenta del poco tiempo que le duró la racha a su ex-mujer. Ahora, ambos se encuentran sumidos en el mayor desconcierto de sus carreras. Otra más de las maldiciones de Hollywood.
¿A alguien puede darle pena el destino de ambos astros, tremendamente ricos y famosos, que han echado a perder su carrera por decisiones exclusivamente propias? Desde luego, a mí no. Cruise fue el príncipe de Hollywood durante casi una década, la de los noventa, después de una década de los ochenta que propiciaba el gran actor que alguna vez ha demostrado ser. Descubrimiento parcial de Francis Ford Coppola (como tantos otros), construyó su carrera con tino y astucia, creciendo sin prisas y trabajando con Martin Scorsese en la magistral ‘El color del dinero’.
Pero también tenía olfato comercial, y no le importó malgastar su presencia en tonterías supinas como ‘Risky Bussines’ o ‘Top Gun’, que le dieron una fama enorme entre las adolescentes de medio mundo, e hicieron que su nombre viajara por las cuatro esquinas del planeta. Sin embargo volvió a dar muestras de su talento en películas facilonas y falsas como ‘Rain Man’ y ‘Nacido el cuatro de julio’, en las que él era claramente lo mejor del show melodramático. Aunque, eso sí, en los años noventa, estaba claro que iba a por todas.
Y lo consiguió, a pesar de protagonizar disparates absolutos como ‘Días de trueno’ o ‘Un horizonte muy lejano’, porque pudo encadenar tres trabajos soberbios: los dos abogados de la floja ‘La tapadera’ y la notable ‘Algunos hombres buenos’ y, sobre todo, el gran guiñol de ‘Entrevista con el vampiro’, en el que borda su mejor papel. Películas que, además, fueron grandes éxitos de taquilla y que recibieron, mayormente, críticas muy positivas.
Muy poquito había demostrado Nicole Kidman hasta 1994, fecha de ‘Entrevista con el vampiro’, y cuando ya llevaba unos pocos años con Cruise. Empezó en una época parecida a su ex-marido, y participó en numerosos títulos australianos, hasta que llamó la atención por su sólido trabajo en la estimable ‘Calma total’, en 1989. Pero aún faltaba mucho, y tendría que participar en muchas películas olvidables, cuando por fin deslumbró a todos los escépticos con su formidable trabajo en la magistral ‘Todo por un sueño’, de uno de los directores esenciales del cine moderno.
Sin embargo, no se puede decir que abunden los buenos papeles femeninos en Hollywood, y Kidman se tuvo que conformar, después de ese gran triunfo, con papeles muy malos en ‘Batman Forever’, ‘Practicamente magia’, o ‘El pacificador’. Sin embargo, esperaba pacientemente su turno, y con ‘Eyes Wide Shut’, la tercera y última colaboración con Cruise, conseguiría la antesala de ese momento de plenitud.
El efecto Kubrick
En 1996 Cruise, ya convertido en productor y controlador de sus proyectos, protagonizó la vibrante primera parte de ‘Mission: Impossible’ y el melodrama ultra-conservador ‘Jerry Maguire’ (eso sí, con una maravillosa Renée Zellwegger), que no aportaban gran cosa a su carrera como actor, aparte de grandes éxitos económicos. Sin embargo, tuvo que esperar tres años para tener nueva película en cartel, y es que aceptó ir al infierno con su mujer en la última película de Stanley Kubrick. Dicen que el legendario director desquició literalmente a la más grande estrella de Hollywood. Sea como fuere, lo mejor de esa película es, sin duda, Nicole Kidman, que roba totalmente la película.
Y es extraño, pero Cruise ofreció ese año (1999) su última gran interpretación (‘Magnolia’), mientras que Kidman, después de demostrar su grandísimo talento en la película de Kubrick, conoció una breve racha de grandiosos papeles. Porque grandioso es el papel de ‘Moulin Rouge!’, que salva una película deleznable, y el de ‘Los otros’, que sube una película mediocre, y el de la estupenda ‘Las horas’, que la hace mejor de lo que es. Y su magistral Virginia Woolf le dio el Oscar, merecidísimo. Entonces Cruise sí que debió quedarse despierto toda la noche.
Porque el Oscar es algo que Cruise lleva buscando demasiados años, y se nota excesivamente. Ya se notaba en ‘Jerry Maguire’, y mucho más en ‘El último samurái’, correctita aventura a mayor lucimiento propio, en un perfil exageradamente descarado. Pero también había ganado mucho dinero con la segunda parte de las aventuras de Ethan Hunt, o con sus dos meritorios papeles para Steven Spielberg (‘Minority Report’ y ‘La guerra de los mundos’) Sin embargo, el parcial fracaso (un éxito “menos grande” que otros) de ‘Mission Impossible III’ evidenció que es un gigante con pies de barro, como todas las grandes superestrellas, lo que unido a su escandalosa aparición en cierto programa de televisión, su prestigio y su reputación cayeron en picado, y vio rescindido su contrato con la Paramount.
De pronto, todo el poder, toda la fama, y toda la ambición de Cruise se volvieron contra él. Y aunque el caso de su ex-mujer no fue tan polémico ni tan calamitoso, su caída fue paralela. ¿Cómo puede pasar alguien de arriesgarse con ‘Las horas’ a protagonizar engendros como ‘Embrujada’ o ‘Australia’? Hizo un buen trabajo en ‘Dogville’, pero ya empezaba a cambiarse completamente la cara, hasta quedar irreconocible. ¿Cómo una mujer bella y fotogénica como ella ha dejado que le destrocen la imagen y la conviertan en una inexpresiva muñeca de porcelana? ¿Por qué da la impresión de que tanto ella como su ex-marido son estrellas decadentes y prescindibles, desesperadas por recuperar una buena racha?
No creo que haya mejor ejemplo de la locura y la estupidez de ese monstruo llamado “glamour” que la extraña trayectoria de estos dos excelentes actores. Con ellos, la ambición por premios y caché, la dependencia de las grandes estrellas de la taquilla, la dificultad de encandenar papeles interesantes en el seno de la industria, la imposibilidad de conciliar la vida personal con la social, las consecuencias de un ego desmedido o una inseguridad bestial, quedan nítidas y dolorosas. Pero es imposible sentir empatía por ellos. A fin de cuentas, se han cavado su propia tumba.
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