Con la máxima expectación por su papel en ‘Thor: Love and Thunder’ hay que recordar que ya han pasado más de veinte años desde que Christian Bale encarnó a un monstruo icónico del siglo XXI, Patrick Bateman. La adaptación de Mary Harron de la controvertida novela de 1991 de Bret Easton Ellis, ‘American Psycho’, ofrecía una mirada escalofriante a la cultura yuppie de los años 80 y consolidó la transición de Bale de ser una estrella infantil a uno de los mejores actores del Hollywood actual.
Descartados el director Oliver Stone y Leonardo DiCaprio, al que consideraban demasiado joven para el papel, Harron y Bale tomaron un material difícil y le dieron una voz distintiva que lo convirtió en una pieza excepcional en el canon de terror de principios de siglo, y lo que es más importante, dieron una mirada profética a la cultura de consumo en la que vivimos hoy, con una personalidad que resume mucho de las formas y aspiraciones generacionales de un mundo sin salida del capitalismo.
Es curioso que el prototipo de triunfador encarnado por Bale tuviera como referente a otro actor muy conocido en su momento, mucho antes de que lo que les uniera fuera su afición a pegar gritos enajenados en los rodajes, nada menos que el agente Hunt, Tom Cruise. En una entrevista de 2009 con Harron, contó el proceso para definir el personaje de Patrick Bateman con Bale, desvelando:
“Bale y yo hablamos mucho por teléfono pero él estaba en Los Ángeles y yo en Nueva York. No habíamos hablado mucho en persona, tan sólo por teléfono. Hablamos mucho sobre qué especie de marciano sería Patrick Bateman y como miraba el mundo como si fuese de otra planeta, observando lo que hacía la gente y como debería tratar de comportarse para encajar. Un día me llamó y me dijo que había estado viendo a Tom Cruise en el programa de David Letterman y él tenía esa mirada tan intensa pero que parecía que no había nada detrás de ella... y él cogió toda esa energía para el personaje."
Mutaciones urbanas de iconos del terror moderno
Aunque ahora suene algo más frívolo, por todo lo que sucedió más tarde con Cruise, sí que es cierto que la imagen de triunfo impoluto que siempre ha acompañado a la estrella tiene algo de máscara, algo opaco que no nos deja ver a una persona con vulnerabilidades, como cualquier ser humano, lo que nos deja la idea de que el fracaso no entra dentro de la ecuación, una de las máximas principales de la cultura del éxito en la que vivimos inmersos. Solo que en el caso de Bateman, su máscara esconde el deseo de matar, un psicópata de manual.
Bateman es un reverso de represiones que estaban en el psicópata cinematográfico moderno más esencial, Norman Bates, quien estaba basado vagamente en la figura de Ed Gein, un asesino que ha inspirado buena parte de la mitología American Gothic hasta llegar a Leatherface, que es el reverso rural de la creación de Easton Ellis. Como el de la película de Hooper, Bale porta una motosierra persiguiendo a una prostituta, lleva mascarilla que parece casi una segunda piel y además cita (erróneamente) al propio Gein:
“Cuando veo a una chica bonita caminando por la calle, pienso en dos cosas. Una parte de mí quiere salir con ella, hablar con ella, ser muy amable y dulce y tratarla bien, la otra parte cómo se vería su cabeza en un palo” Nde: en realidad la cita pertenece al asesino Ed Kemper.
Como la de Hooper, la película de Harron era mucho menos gore que lo que se le atribuye, aligerando mucho la violencia y crueldad de la novela para aumentar la carga ambigua de la duda final de si Bateman realmente asesina a alguien o no. En realidad, la directora pensaba que la sangre podía manchar su exploración de la masculinidad yuppie, y por ello hoy la película tiene un valor añadido, tras una década en la que el neoliberalismo en el cine ha reflejado una motivación aspiracional global.
Una visión profética del individualismo salvaje
El Bateman de Bale no tenía nada de redimible, encantador o gamberro como el DiCaprio —ojo a la ironía del papel llegado de vuelta— de ‘El lobo de Wall Street’ (2013) de Martin Scorsese, que aplica una lente muy diferente a la decadencia que permite el dinero y que se vio acompañada por películas que glorificaban el individualismo como una hazaña con moraleja variable, desde ‘Wall Street 2: el dinero nunca duerme’ (2010), ‘Nightcrawler’ (2014), ‘El fundador’ (2016), ‘Gold’ (2016) o ‘American Made’ (2017), curiosamente con Tom Cruise.
Un cine respuesta a la crisis que el propio Bale hizo a su manera en ‘La gran apuesta’ (2015), que además de explicarnos cómo se coció la debacle económica de 2008 nos ofrecía como antídoto el robar a los ladrones, con un fin individualista no demasiado diferente. Este revival de la cultura de consumo de los 80 y de la Reaganomics de los años 80 coincide con una ola de nostalgia por su cultura pop y ‘American Psycho’ era un recordatorio de que en ese germen está la raíz de muchos de los problemas que vivimos hoy en día, entre otros el auge del neofascismo.
La elección de Donald Trump como Presidente de los Estados Unidos en 2016 también dialoga con la idea de ‘American Psycho’, en donde Trump aparece una y otra vez como una figura casi mítica, siempre en un restaurante en el que nadie puede reservar o un club VIP. Es curioso cómo Ivanka Trump dijo una vez que el Patrick Bateman de Christian Bale podría ser su 'hombre ideal', dado que su padre (sic) fue una de las claves de desarrollo del personaje, quien en la película se pregunta si ha visto el coche de Donald Trump o a su, en aquel momento, mujer Ivana Trump.
Un psicópata fan de Donald Trump
Bateman usa a Trump como una medida de su propio éxito, dentro de los mismos círculos, lo que es revelador ya que, incluso en un mundo ficticio, Bateman y Trump caminan por la misma senda. El nombre del expresidente se menciona hasta veinticinco veces en todo el texto. Bateman tiene su libro 'The Art of the Deal', verle en las portadas de la revista Time le “llena de una confianza renovada", si “la pizza de Pastels le parece bien a Donny ... a mí también”. “Donald es un buen tipo. Deberías conocerlo”.
Bateman admite al final de la película que "Esta confesión no ha significado nada", jugando con la idea de la impunidad (ficticia o real) que lleva a que haga lo que haga, nunca va a abandonar su estatus. Easton Ellis llegaba más allá y ni siquiera entregándose las cosas le podían salir mal. Una irónica coda que tiene su correspondencia en las palabras de Donald Trump durante su campaña electoral, en las que clamaba que “podría disparar a alguien en medio de la quinta avenida y aún seguir siendo el más votado”. Algo que tras los eventos del Capitolio tenemos la certeza de que podría pasar.
El trumpismo, la inmunidad del poder, se refleja en figuras ascendentes, como Díaz Ayuso y otros políticos de la ultraderecha que ofrecen una forma de retórica kamikaze que les hace aparentemente cercanos, pero que, mientras, generan todo tipo de medidas que llevan el sello del comercialismo atroz, la legislación diseñada para beneficio de grandes empresas y la venta de una cultura del esfuerzo anclada en una desigualdad cada vez más patente, con las clases medias desapareciendo a marchas forzadas. Al mismo tiempo, queda la sensación de que la adicción al dinero y el hedonismo de los 80 se han instaurado en generaciones que beben el relato desde cientos de gurús que extienden esa forma de pensar.
American neoliberal
En una época de criptobros, de lobeznos de Wall Street y otros mercaderes del yo, ‘American Psycho’ se revela como un retrato visionario del odio de clase y la fantasía de poder utópica de Bateman, que se retrata bajo una luz poco romántica, siendo un villano patético y socialmente inepto cuyas relaciones sociales están distorsionadas por el dinero. La medida en que se ignoran los defectos de un individuo es proporcional a su riqueza, una cultura que se traslada a la forma de pensar de toda una generación.
Ver al streamer Xokas hablando a miles de personas y tratándoles por cuantos “Ks” gana al mes o al año, celebrándose y sentenciando su admiración por otros que ganan más miles, evidencia una estratificación cultural del estatus cuantificable también por seguidores, suscriptores e ingresos. Valores también asociados a foros de incels, con masculinidades vulnerables que Harron y Bale definieron a la perfección en su mítica batalla de cartas de presentación.
Como Tyler Durden, Bateman es una figura alfa, centro gravitatorio de trolls marginados que buscan a su Chad interior en esas otras figuras de poder, tal y como fue admirado un nefasto empresario como fue Trump. Que ‘American Psycho’ sea más relevante que nunca solo significa que el capitalismo y las élites concentran hoy mucho más poder, y su reflejo es casi ingenuo con las consecuencias culturales y la deshumanización en las que ha derivado, pero al menos permanece como uno de los pocos ejemplos que desafía la idealización con falsa moralina de las películas con antihéroes estafadores que siguen vendiendo que (creerse) más listo que los demás tiene premio.
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