Leonardo DiCaprio es una estrella. A sus 35 años, es una de las grandes estrellas de Hollywood. Pero también es, porque a menudo no es algo que vaya unido a lo primero, un actor de talento. Podemos discutir si de mucho o de poco, pero el chico tiene talento, eso me parece que está demostrado. También es alguien que ha sabido explotar su atractivo físico para lograr popularidad, pero que en los últimos años está destacando por su trabajo y por su ambición. Aunque no venga al caso, tampoco hay que menospreciar su creciente labor humanitaria, siendo uno de los actores más preocupados por el medio ambiente. No ha ganado un Oscar.
Lo decíamos en un artículo reciente; este actor puede presumir de haber protagonizado películas de algunos de los mejores directores actuales. Próximamente se pondrá a las órdenes de Mel Gibson, después de haber pasado por los rodajes de las nuevos trabajos de Martin Scorsese (su cuarta colaboración juntos) y Christopher Nolan, películas que veremos a lo largo del año que viene. DiCaprio lleva en el cine desde el 91, pero tardó algo en ser el profesional cotizado y respetado que es hoy. De hecho, recuerdo cómo muchos aplaudieron felices una parte del final de ‘Titanic’, cuando debía ser un momento dramático. Si bien ya había sido nominado al Oscar en 1993 (por ‘A quién ama Gilbert Grape’), no fue hasta el año 2002 cuando, gracias a Scorsese y Steven Spielberg, DiCaprio empezó a ser tomado en serio. Cuatro años más tarde, el actor demostró todo su potencial.
El 6 de octubre de 2006 se estrenó en Estados Unidos el drama criminal ‘The Departed’; veinte días después se pudo ver ya en España bajo el menos interesante título de ‘Infiltrados’. La película, mucho más que un simple remake de ‘Juego sucio’ (‘Mou gaan dou’ o ‘Infernal Affairs’), reunía de nuevo a Scorsese y DiCaprio tras ‘Gangs of New York’ y ‘El aviador’, y logró 4 Oscars, entre ellos el de mejor película y director. En esta ocasión, el actor interpretaba a Billy Costigan, un joven aspirante a policía que es utilizado para atrapar al mafioso más importante de Boston, Frank Costello (un desatado y extraordinario Jack Nicholson).
A pesar de la extensión del reparto, y de que todos los actores están realmente fantásticos (incluso Mark Wahlberg fue nominado a mejor actor de reparto), el peso de la narración recae sobre los hombros del personaje de Leonardo DiCaprio, y él responde de forma impecable, logrando que el público esté con él en todo momento. Su Billy Costigan es un muchacho sin suerte, sin futuro, está muerto antes de empezar; y él lo sabe. Pero respetaba a su padre y no quiere seguir el camino fácil, ése que simboliza Costello y su falso paraíso. Pero cuando le proponen hacer algo grande, atrapar al criminal más poderoso de la ciudad, acepta la oferta, cómo su única salida, aunque esto suponga convertirse precisamente en la persona que se había propuesto no ser jamás. La tensión que este chico debe soportar, el arrepentimiento y las situaciones límite a las que se enfrenta estando infiltrado en la banda de Costello, no le dejan vivir, y esto lo transmite, lo respira, DiCaprio; lo ves en su forma de moverse, en su cara, en sus ojos.
A lo largo de las casi dos horas y media que dura ‘Infiltrados’ (le sobra metraje en su primera mitad, es uno de sus defectos) hay muchos grandes momentos que podríamos destacar, en los que DiCaprio ofrece un gran nivel, pero personalmente me quedo con tres, que son los siguientes: la reunión en el despacho de Queenan (Martin Sheen) y Dignam (Wahlberg), cuando le leen su historial y le ofrecen la misión (primera foto); la primera charla que vemos que mantiene con la psicóloga (Vera Farmiga), con quien luego tendrá un romance (segunda foto); y uno de los encuentros con Costello, en el que éste prueba la resistencia de Billy, a ver si se derrumba y admite ser la molesta rata de su organización (tercera foto).
La primera secuencia es extraordinaria porque, aunque ya hemos visto al personaje antes, en rápidos fogonazos de su preparación policial, es aquí cuando realmente nos presentan a Billy, y más que toda la información que nos sueltan sobre su pasado y su familia, sabemos cómo es gracias a las reacciones físicas de DiCaprio, a cómo recibe y trata de encajar la batería de insultos y acusaciones que Dignam ha preparado, para probar su resistencia y su determinación; en ese momento, Billy no sabe dónde se está metiendo, pero no tiene más alternativas. La escena entre la psicóloga y Billy me parece igualmente sensacional por el ritmo que le imprime el actor, que se sincera ante la cámara con varias dolorosas declaraciones sobre su forma de vida; especialmente, cabe destacar el momento del pulso, en el que Billy admite, sutilmente, que ha cambiado para siempre.
Por último, no menos interesante es el duelo psicológico entre un Costello totalmente desquiciado y un agotado Billy, que por última vez tendrá que negar qué es un infiltrado; la tensión del encuentro es insoportable, por la manera en la que el chico sufre, consciente de que a la mínima le vuelan los sesos, pero me quedo con su mirada perdida, una vez que todo ha acabado, la mirada de alguien que sabe que está condenado, que su suerte, su vida, se acaba.
Dos meses más tarde, el 8 de diciembre de 2006 se estrenó en Norteamérica ‘Blood Diamond’, de Edward Zwick; en España, sin embargo, tuvimos que esperar hasta febrero de 2007 para poder ver ‘Diamante de sangre’. En este drama de aventuras y denuncia social, que por cierto pierde mucho impacto vista en DVD, DiCaprio interpretaba a Danny Archer, un ex-militar reconvertido a frío contrabandista que poco a poco va recuperando su humanidad. Gracias a este trabajo, el actor logró su tercera nominación al Oscar (la segunda fue por ‘El aviador’).
‘Diamante de sangre’ es una película inferior a la de Scorsese; el guión está lleno de tópicos y la realización es bastante torpe (Zwick necesita 30 planos diferentes para contar un tiroteo). Pero aun así hay estupendas escenas en ella, casi todas protagonizadas por un Leonardo DiCaprio en estado de gracia, al que le importa demasiado lo que está haciendo y lo que, en resumen, cuenta la historia, el grito de socorro de los africanos ante la pasividad de occidente, como para dejarse llevar por la corriente de producción superficial que dirige Zwick. Lástima que sus dos compañeros de reparto no estén a su altura, aunque lo intenten.
La Maddy Bowen de Jennifer Connelly es un despropósito, la actriz no encuentra su sitio en ningún momento, y es normal, porque el suyo es un batiburrillo de tres personajes diferentes (la norteamericana guapa e ingenua que está de paso, la experta periodista que debe contar al mundo la verdad, y la fotógrafa de hielo a la que sólo le interesa tomar buenas imágenes); Djimon Hounsou, que también fue nominado, sí consigue disimular un poco lo absurdo de su personaje (que cambia de personalidad constantemente, según la escena) con algunos momentos de gran intensidad, cuando está en juego la vida de su hijo.
Si en ‘Infiltrados’, DiCaprio se beneficiaba de los compañeros que tenía a su alrededor y de la experta dirección de Scorsese, para mejorar su trabajo, en ‘Diamante de sangre’, el actor no sólo está peor acompañado, sino que, para colmo, Zwick no hace más que cortar las escenas, despojándolas de intensidad. Hay una en concreto, muy representativa, que se usó en el tráiler como si fuera una de las mejores de la película, que es un desastre. Han llegado a un campamento, es de noche, y Archer mantiene una conversación íntima con la periodista, sobre su pasado y sobre África. Seguro que sobre el papel era una gran escena, se intuye, pero en la película queda fatal, porque está mal planificada y porque Connelly no está implicada en lo que se cuenta. Los mejores diálogos los tiene DiCaprio, pero la fuerza de sus palabras y sus miradas quedan en nada por culpa de intercalar, mecánicamente, el rostro acaramelado de la actriz.
En este constante querer y no poder, se salvan, en mi opinión, tres secuencias, en las que sí se logra el objetivo de transmitir algo al espectador: la primera se corresponde con la primera vez que vemos a Danny Archer (primera foto), siendo aún el mercenario traficante sin escrúpulos; siguiente corresponde ya a la segunda mitad de la película (la mejor parte), y tiene lugar después de que Solomon Vandy ponga en peligro su vida y la de Archer (segunda foto); la última, ya por el final de la película (espero que la hayáis visto, porque voy a contar lo que ocurre), una vez que todo parece resuelto y están a punto de subir al avión, con el diamante (tercera foto).
Creo que las tres escenas que he seleccionado resumen bastante bien al personaje al que da vida un entregadísimo DiCaprio, que llega a hablar como un auténtico surafricano y a moverse como un experto soldado. En primer lugar, tenemos su versión externa, su coraza, el disfraz de tipo duro y frío con el que ha logrado sobrevivir en el infierno; su aparición, con las gafas de sol y la camiseta surfera, su hablar despreocupado, distará mucho del aspecto que lucirá más adelante, una vez que empieza a implicarse de verdad en lo que sucede a su alrededor. Luego tenemos otro aspecto de su personalidad, en la escena en la que quiere amenazar a Solomon, hablándole de su habilidad para perseguir animales y cazarlos; Archer revela aquí su origen salvaje, sanguinario, asesino, que siempre formará parte de él.
Por último, y como contraste, quiero destacar la escena más emocionante de toda la película. Han escapado del general Coetzee (Arnold Vosloo), tienen el diamante y el avión les espera en lo alto de la colina. Pero sólo hay sitio para uno, y Archer está herido de muerte. Desangrándose, gritando de dolor, incapaz de moverse, decide echar un último vistazo al botín. Su rostro se ilumina por un momento, y se permite una última risa, que acaba en una triste mueca. Le entrega la piedra a Solomon y le pide que lo deje allí tirado, en la arena rojiza de su África, a la que pertenece y de donde nunca podrá escapar.
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