"Encuentre a ese hombre y encontrará el Grial". Ésa esa la frase, inteligentemente metida en el guión, que resume la esencia de 'Indiana Jones y la Última Cruzada', la tercera aventura de nuestro arqueólogo favorito. Llegó en 1989, cinco años después del Templo Maldito, y tal vez en un momento en el que la gente se había olvidado un poco de Indiana Jones, que por aquel entonces formaba ya parte de nuestros recuerdos cinéfilos. Pero como la idea era hacer tres películas con el personaje, se lanzaron con la que probablemente sea la más íntima de todas. Si en la primera teníamos la presentación del héroe, en la segunda descendía a los infiernos, la tercera cerraba el círculo con una búsqueda de los orígenes. No se trata de encontrar el Grial, si no de encontrarse a sí mismo, de reconocer su procedencia, todo ello representado en la relación con su padre, indudablemente uno de los mejores personajes de la saga, pero que al mismo tiempo representaba un inconveniente.
¿Y quién mejor que Sean Connery para aparecer en una saga que en cierto modo es un homenaje a las aventuras de James Bond? Pues el mejor Bond de todos, demostrando la clase de actor que es, y el enorme carisma que tiene. Connery es, o más bien era, ya que dice estar retirado del cine, uno de esos actores cuya sola presencia llegaba para justificar el visionado de una película. Henry Jones representa el origen de Indiana, en la película que se suponía cerraba un ciclo. Spielberg volvía a demostrar que en cine de aventuras es el número uno, aunque esta tercera entrega beba en demasía de sus predecesoras, sobre todo de 'En Busca del Arca Perdida'.
Esta vez, y tras un prólogo extraordinario donde se nos presenta a un joven Indy ya metido en apuros y en el que vemos cómo nacen sus aficiones y fobias, respectivamente, al látigo y a las serpientes, nuestro héroe es contratado para ir en busca del Santo Grial, la pieza de arqueología que durante años obsesionó a su padre. Cuando Indy se entera de que su padre ha desaparecido en plena búsqueda, decide aceptar el encargo para ayudarle, y de paso encontrar la copa que concede la eterna juventud. Así pues, tras el paréntesis que supuso 'Indiana Jones y el Templo Maldito' (nunca me cansaré de defender esa película como la obra maestra que es) volvemos a tener un objeto de claras resonancias religiosas. El cáliz de la sangre de Cristo es la nueva meta, la sangre de la vida. Al igual que con el Arca de la Alianza el público estaba más predispuesto que con las piedras de la segunda entrega, de abierto carácter ficticio. Sin embargo, piezas que pudieron existir realmente llaman más la atención, y si además se les salpica con un poco de misticismo, pues mejor que mejor.
Con todo la historia de la aventura adolece de interés en comparación con la historia de la relación entre padre e hijo. El personaje del padre de Indy es tan fascinante, está tan bien interpretado, que Connery se come todo lo que se le ponga por delante, ya sean más actores, o las espectaculares secuencias de acción. Eclipsa en parte, no mucho, los demás elementos del film. Es, paradójicamente, lo mejor y lo peor de la película. Lo mejor porque su interpretación y el feeling que tiene con Ford, y lo bien escrito que está el personaje, llegan para llenar todo el film; y lo peor porque precisamente por eso, el resto no está tan cuidado. Para empezar el guión no está a la altura de las anteriores, la aventura por así decirlo, es casi un calco del primer título, el esquema es el mismo, incluida una persecución por el desierto en la que hay carros de combate, caballos, y donde todo se lía de forma magistral hasta rizar el rizo. Pero esta vez se le ha ido un poco la mano, y algunas secuencias son un pelín largas. Después tenemos a los personaje secundarios. A excepción de Sean Connery, el resto no están tan bien perfilados. Baste citar el personaje femenino, sin la mitad de fuerza que los dos anteriores, o la errónea decisión de convertir a Marcus Brody en un payaso.
Pero a pesar de lo mencionado, que parece que la estoy poniendo a caldo, 'Indiana Jones y la Última Cruzada' es una muy coherente cinta de aventuras en la mejor tradición del género, eso si no contamos que las películas de Indiana Jones pueden considerarse un género en sí mismas (¿o no?). Un espectáculo lleno de emoción, y a pesar de alargar y acelerar alguna que otra situación, es absolutamente imposible aburrirse viendo esta película. Ya sea por la inmortal partitura de John Williams (quien se declara fan acérrimo de esta entrega), o por las fantásticas interpretaciones de su pareja protagonista, que hacen un alarde de compenetración pocas veces visto en una pantalla, o por su sentido del espectáculo único, del que sólo hace gala alguien como Steven Spielberg (y que han intentado copiar durante décadas), el film ya merece unos cuantos visionados, pues es de esas películas que pueden verse una y otra vez sin que nuestra atención decaiga.
'Indiana Jones y la Última Cruzada' termina con un bellísimo plano. Hacia el ocaso cabalgan los últimos héroes, en lo que es una escena de western pura y dura (ya en el prólogo existen referencias a 'Tierra de Audaces', y los caballos salen más que nunca). Perfecta para terminar un ciclo que se cerraba con esta búsqueda de la propia identidad del héroe, y terminábamos de conocer a un personaje lleno de matices, mucho más que un simple profesor aventurero. 19 años después descubrimos que ese bello final no es realmente el final, pero de eso ya os hablaré otro día.
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