Haciendo un par de juegos de palabras se puede decir que Milos no está en Forma y que Goya no pinta nada. Siete años después de la apreciable, aunque pretenciosa, ‘Man on the Moon’, y décadas después de ‘Amadeus’ y ‘Alguien voló sobre el nido del cuco’, el director checo vuelve con un despropósito de tales dimensiones que es difícil decidir por dónde empezar a llevarse las manos a la cabeza: 'Los fantasmas de Goya' ('Goya's Ghosts', 2006). Ayer se estrenó en cines madrileños y mañana llega a la cartelera general. Aquí se puede ver el trailer y aquí se pueden leer una sinopsis y más información.
Tal vez los errores comienzan con que el personaje de Goya es inexistente, es decir, que no pinta nada. Es una excusa para darle un título con empaque a una historia folletinesca que se podría haber ubicado en cualquier otra época. Si sólo fuera eso y estuviera en un plano secundario, muy bien, pero es que encima se atreven a mostrarlo como bufón que presencia, sin involucrarse, la época que le toca vivir. Su personaje no es que carezca de motivaciones o de profundidad: sencillamente no existe, y poco puede hacer Stellan Skarsgård (las dos nuevas versiones de 'El exorcista', 'Piratas del Caribe: El cofre del hombre muerto') para arreglarlo. Antes bien, convierte al temperamental aragonés en un pintamonas chistoso y sin temperamento. Además, su físico claramente escandinavo sólo consigue aportar más inverosimilitud a su interpretación anémica. Pero el problema fundamental, una vez más, es el guión. La historia tratada es el clásico folletón decimonónico de cuarta división. Si ya clásicos del siglo XIX nos resultan anquilosados hoy en día, ‘Los fantasmas de Goya’ es de una simpleza aún mayor. El giro de guión con el que se plantea el conflicto de la película es el más absurdo que se ha visto en años y, por si eso fuera poco, la interpretación de Portman todavía lo deja más en ridículo. La cosa es la siguiente: dispuestos a “limpiar España” según las enseñanzas del hermano Lorenzo (Javier Bardem), los secuaces de la inquisición van a una taberna madrileña en la que reparan en el curioso comportamiento de Inés (Natalie Portman). Este comportamiento consiste en que, cuando le ofrecen un suculento cochinillo segoviano para cenar, ella lo rechaza con una mueca de niña pija que ni es creíble ni está bien interpretada. Si hiciera de extranjera, podría reaccionar así, pero siendo española, ya habría visto ese plato otras veces. Una mueca que ni siquiera haría Lindsey Lohan en ‘Quiero ser superfamosa’.
Así pues, viendo los inquisidores que ella rechaza comer cerdo, llegan a la conclusión de que se trata de una hereje que practica ritos judaizantes. O eso es lo que quiere hacernos creer el guión. En realidad la detienen por ser tan mala actriz: cuando, unos segundos después en la misma escena, se quiere hacer la “tabernaria” besando los pies de un enano, la inverosimilitud es mayor que si viésemos a Pamela Anderson recoger el premio Nobel. Cómo Natalie Portman, que sólo sabe hacer un papel, tiene credibilidad como actriz, es algo que me supera. Mientras, aún habrá que explicar por qué Keira Knightley está soberbia en ‘Orgullo y Prejuicio’. Dejando a un lado lo mal que actúa, el problema reside en que no tiene sentido que la detengan por eso, es un giro de guión forzadísimo.
Pero lo peor del guión no es la simpleza mental de la historia ni su trazo grueso. Lo peor es que, para tener “importancia”, también se echa mano de toda la historia de España durante los quince años que cubre la película. Evidentemente, una historia estúpida y simplona necesita un contexto histórico que simplifique toda la historia de España hasta el extremo del folclorismo insultante.
El primer insulto comienza por centrar la historia en torno a la Inquisición. Si bien es cierto que es una parte relevante de la historia de España de la que no sentirse particularmente orgullosos, también es cierto que se perpetúa el tópico anglosajón de España=Inqusición, tan acertado como decir que la historia de Inglaterra se resume en las aventuras extramatrimoniales de Carlos y Diana. En segundo lugar, se simplifican todas las reformas que trajo la invasión napoleónica para dejarlos reducidos a “un grupo de señores muy, muy, pero que muy malos, que disparaban a los curas en misa”. En tercer lugar, la expulsión de los franceses y la coronación de Fernando VII se vende como un proceso instantáneo que permitió a los españoles volver a su auténtico ser: el gritar “¡Vivan las caenas!” y reinstaurar la Inquisición que tanto nos gustaba.
Si quieren no hacerme caso, prueben a soportar la que probablemente sea la peor película del año y alucinen con la siguiente serie de cosas: SPOILER SPOILER El doble papel de Natalie Portman, haciendo de madre loca y desfigurada (en la foto superior) y de hija prostituta de ésta. El otro truco de guión barato que hace que Natalie Portman se encuentre, un bebé convenientemente abandonado FIN DEL SPOILER. Lo malo que es el retrato que Goya pinta de Javier Bardem. Lo patéticas que son las “escenas de montaje” utilizando cuadros de Goya. Una cosa es que, como convención, aceptemos que hablan inglés cuando en teoría están hablando español o francés, pero entonces, ¿por qué de repente se oyen gritos en estos idiomas?
Sólo la labor de los “dialogue coachs” se salva: todos los actores españoles tienen un más que digno acento inglés. Por lo demás, cosas como ‘Los fantasmas de Goya’ y ‘Alatriste’ sólo dan más grandeza a la que, contra todo pronóstico, se ha alzado como la mejor mega(co)producción española histórica y folletinesca del año: ‘Los Borgia’. Siempre suponiendo que ‘El laberinto del fauno’ esté en una categoría diferente.
SPOILER: Debería haberse titulado ‘La hija del chaquetero’, en honor al personaje encarnado por Javier Bardem, verdadero protagonista del film y casi lo único salvable de éste. FIN DEL SPOILER