Qué grande es la sensación al salir del cine, de haber disfrutado completamente de la película. Con ganas de caminar, en la noche, de charlar, de comentar escenas… que poco me pasa últimamente, pero como compensa cuando pasa.
Cabeza de perro es una de esas películas. Esas que no te dejan margen a ponerle peros, a buscarle defectos, o a intentar en la oscuridad descifrar la hora que marca el reloj.
Un fantástico cuento (o un cuento fantástico) que engancha de principio a fin, mostrando las aventuras de Samuel, un chico de 18 años que debido a una extraña enfermedad neurológica, ha vivido siempre sobreprotegido por su familia, y que por unas serie de casualidades se encuentra solo en Madrid, intentando sobrevivir al día a día.
Este personaje tan especial, como ya habíamos comentado, lo interpreta Juan José Ballesta, confirmando así por fin, no sólo que puede hacer papeles distintos, si no que puede adueñarse de ellos, y encima aportarle la misma dosis de naturalidad que ha demostrado en sus anteriores trabajos.
Quizá ese es el problema, Juan José Ballesta resulta tan natural ante la cámara, que cuesta creer que está actuando, pero yo diría que eso parece tener más que ver con una especie de talento innato, que con un defecto reprochable.
Tampoco se queda corta la debutante en la gran pantalla Adriana Ugarte, que está estupenda en el papel de Consuelo, una chica de veintitantos que le alquila una habitación a Samuel, y le lleva por caminos tan desconocidos para él como los del amor y la amistad.
En el resto de papeles, todos los secundarios están perfectos, destacando (como no podría ser de otra manera) el gran Manuel Alexandre, como un abuelito amnésico y encantador, que Samuel tendrá que cuidar, y Alex O’Dogherthy, que aunque interpreta al jefe del supermercado donde el protagonista trabaja de reponedor, pone también la voz a la narración de este cuento, contribuyendo con su particular entonación a la recreación de esa atmósfera tan irreal, pero tan verosímil a la vez.
Y es que eso es lo mejor de la película, la atmósfera que consigue. La capacidad que tiene el director Santi Amodeo, de meter al espectador dentro de esa Cabeza de Perro, y hacer que a través de la música (impresionante), los efectos visuales y la fotografía, vea y sienta como Samuel siente, o como lo hacen otros personajes en el momento que les corresponde.
Como buen ejemplo de esto, está la escena en la que Samuel entra en una gran oficina, repleta de ordenadores, teléfonos y voces, que se van pisando unas a otras. El magnífico paseo por Madrid, donde podemos percibir la inmensidad de la ciudad, de sus edificios, el caos y el miedo ante un lugar nuevo, o momentos tan preciosos como cuando empieza a trabajar como reponedor en el super, y aparece subiendo a una montaña de cajas de un salto.
Una historia de amor, una historia de la búsqueda de la propia identidad, una especie de Alicia en el País de las Maravillas, transformada en un chico perdido entre los estrafalarios personajes que esconde una gran ciudad.
Un regalo para los ojos, para el corazón, para los oídos y cómo no, también para la cabeza, que durante 90 minutos se olvida de sí misma para transformarse en otra, que a pesar de sus ausencias, tiene mucho que ofrecer.