'Amor carnal' (The Bad Batch) es un catalogo post-apocalíptico que cojea al dar explicaciones

'Amor carnal' (The Bad Batch) es un catalogo post-apocalíptico que cojea al dar explicaciones

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'Amor carnal' (The Bad Batch) es un catalogo post-apocalíptico que cojea al dar explicaciones

Es comprensible la presión que puede haber experimentado Ana Lily Amirpour a la hora de dar continuidad a su aclamada 'Una chica vuelve a casa sola de noche', considerada con justicia el mejor western de vampiros iraníes en monopatín de la historia. Tanta, que quizás se ha obligado a sí misma a facturar una película conscientemente llamada a recibir la etiqueta "de culto", una maniobra que sabemos que a veces sale bien (de 'Scott Pilgrim' a 'John muere al final') y a veces no tanto (de 'Turbo Kid' a... bueno, a todo el catálogo de Asylum).

'Amor carnal' (a partir de ahora 'The Bad Batch', dónde vas Netflix España) es muy consciente de su condición de extravagancia teledirigida a público de festivales, devotos de los géneros, rastreadores de rarezas y gourmets de la guarrería. De ahí su argumento, que no necesita explicar demasiado para que visualicemos sin problemas el mundo que describe: una serie de marginados de la sociedad (por motivos desconocidos) son expulsados de Estados Unidos y lanzados a una zona desértica que a veces parece un páramo post-nuclear.

No hace falta más porque Amirpour sabe que ya hemos visto 'Mad Max' y unos cuantos post-westerns, y por eso se permite veinte minutos iniciales prácticamente mudos y muy, muy pocos diálogos a partir de ahí. De hecho, cuando esos diálogos intentan definir a los personajes es cuando la película muestra sus debilidades: confía demasiado en el espectador para que cubra mentalmente los huecos de ese mundo futuro, y cuando este lo hace, se desmorona en parte.

El ejemplo más claro está en el personaje de Miami Man, interpretado por un Jason Momoa estólido y con un acento cubano algo dudoso. En sus copases iniciales es un personaje fascinante: caníbal, con ciertas inquietudes artísticas y a quien solo le importa una niña asilvestrada que se convertirá en el motor de la acción de la segunda mitad de la película. Pero cuando los diálogos con la protagonista empiezan a surgir, queda en evidencia hasta qué punto los personajes están construidos a hachazos más por torpeza que por decisión consciente.

Eliminando esos momentos y algún que otro bochorno esporádico como el viaje psicodélico de la heroína que convierte momentáneamente a 'The Bad Batch' en una promo perfecta para la edición de Burning Man de 1997, lo cierto es que la concisión narrativa de la película, cuyo argumento se resume completo en cuatro líneas, es refrescante. En los primeros diez minutos, Arlen (Suki Waterhouse) ha sido expulsada de su país, atrapada por unos caníbales y ha perdido un brazo y una pierna.

Iconos perfectos, pero vacíos

Cuando 'The Bad Batch' se acoge a esa forma de contar las cosas directa y sin prejuicios, son perderse en inútiles circunvalaciones con diálogos ampulosos, el conjunto funciona. Porque lo que no ha perdido Amirpour es un indiscutible talento para las imágenes icónicas. De hecho, Arlen es comparable a la vampiresa de su debut, con un concepto igual de potente -aunque en 'The Bad Batch' sea más conscientemente trash-: chica mutilada y de actitud desafiante frente a vampiresa con skate y chador a modo de capa.

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Así, 'The Bad Batch' funciona mejor cuando se mira a sí misma y ve lo mismo que nosotros: una catapulta de ideas visuales y temáticas sin demasiado sentido, pero de indiscutible magnetismo. Cuando Amirpour estira el chiste, cojea. ¿Otro ejemplo? Los caníbales mutilando a ritmo de All that she wants dan vida a una secuencia memorable. Pero Arlen deambulando mientras escucha Karma chamaleon se estira tanto que el espectador siente que el chiste se agotó antes del primer estribillo.

Amirpour parece haber cambiado las claves que daban vida a su imaginario: conciso y medido en su debut, más icónico y visualmente desmadrado aquí

Es curioso, y la confirmación nos la darán solo próximas películas de Amirpour, que la directora aparentemente ha dado un salto de un lado a otro del balancín con su segunda película. De la medidísima y atmosférica BSO de Johnny Jewel para 'Una chica vuelve a casa...' a la reverencia pop algo vacua de 'The Bad Batch'. De los personajes perfectamente delineados con unos pocos trazos combinando tópico y subversión allí, al gusto por la caricatura icónica y a dar por sentado que el espectador es lector compulsivo de tebeos de ciencia-ficción y películas de género.

Es decir, que 'The Bad Batch' es o una extravagancia sin continuidad o un desvío hacia direcciones insólitas... según lo que venga después. A Amirpour le sobran las ideas y la capacidad para rubricar planos y personajes de impacto, pero resulta más memorable cuando lo estrafalario se cruza con lo emotivo, como sucede aquí con todo lo referente al mesías interpretado por Keanu Reeves. Rodeado de embarazadas con metralletas, sí, pero definido de forma que esas mujeres no son mera cartelería kitsch, sino un comentario a ésta.

Películas chocantes, de impacto, asombrosas o con una estética vibrante hay muchas. Lo que necesitamos es que directoras como Amirpour no pierdan de vista que, además de hacerlas, nos gusta que nos las expliquen, nos las discutan, nos las subviertan y nos las hagan inolvidables. Algo que 'The Bad Batch' solo consigue a ratos.

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